Estudios Sociales

Año 55, Vol. XLVI, número 168

Julio-diciembre 2023


Cuba, nido de certezas estadounidenses laicas y católicas. ¿Podía Cuba ser independiente (1898-1902)?

Cuba, nest of American secular and Catholic certainties. Could Cuba be independent (1898-1902)?

Cuba, nid de certitudes laïques et catholiques américaines. Cuba pourrait-elle être indépendante (1898-1902)?

Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.*

La adquisición de las islas [de Cuba, Puerto Rico y Las Filipinas], por tanto, fue comprendida por los contemporáneos de ambos lados del debate, tal y como es comprendida generalmente hoy en día, un cambio de dirección en nuestra historia1

* PhD. en Historia de América Latina, Georgetown University. Licenciado en Teología Fundamental, Pontificia Universidad Gregoriana. Licenciado en Estudios Clásicos, Fordham University. Profesor de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, Santiago de los Caballeros, República Dominicana (1987- 2012). Profesor retirado, al presente colabora en el Centro de Espiritualidad Ignaciana y en Colegio de Belén Miami, Florida.

Correo electrónico: mmaza2472@gmail.com

ORCID: 0009-0008-4504-4345

Resumen

El artículo examina las opiniones de cinco publicaciones norteamericanas, desde el inicio de la guerra de independencia cubana, 24 de febrero de 1895, hasta la independencia tutelada de Cuba, el 20 de mayo de 1902. Luego de presentar los contextos cubano y norteamericano, marco de la guerra, el artículo introduce al catolicismo norteamericano del XIX. El estudio muestra los acuerdos y diferencias de las cinco publicaciones al enfrentar cinco preguntas: primero, cómo presentaron las luces y sombras de España. Segundo, cómo valoraban a los cubanos, su lucha y su capacidad de auto gobernarse. Tercero, qué postura tomaron respecto de la intervención americana en Cuba. Cuarto, que análisis hacían de la ideología justificadora de la intervención y quinto, cuál debía ser la tarea de las fuerzas interventoras americanas en Cuba. El artículo revela el papel jugado por la raza, la religión y el Destino Manifiesto americano en motivar acuerdos y desacuerdos entre las publicaciones. Los grandes ausentes fueron los cubanos.


Palabras clave: Cuba, Iglesia Católica, Estados Unidos, Independencia


Abstract

The article examines the opinions of five North American publications, from the beginning of the Cuban war of independence, on February 24, 1895, until the mediated independence of Cuba, on May 20, 1902. After presenting the Cuban and North American contexts, and framework of the war, the article introduces 19th-century North American Catholicism.

The study shows the agreements and differences between the five publications when facing five questions: first, how they presented the luminous, and negative aspects of Spain? Second, how did they appreciate Cubans, their struggle, and their ability to govern themselves? Third, what position did they take regarding the American intervention in Cuba? Fourth, what analysis did they make of the ideology justifying the intervention? Fifth, what should be the task of the American intervention forces in Cuba? The article reveals the role played by race, religion, and American Manifest Destiny in motivating agreement and disagreement among publications, that disregarded how did Cubans answer the same questions.


Keywords: Cuba, Catholic Church, United States, Independence


Résumé

L’article examine les opinions de cinq publications nordaméricaines, depuis le début de la guerre d’indépendance cubaine, le 24 février 1895, jusqu’à l’indépendance protégée de Cuba, le 20 mai 1902. Après avoir présenté les contextes cubain et nordaméricain, le cadre de la guerre, l’article introduit le catholicisme nord-américain du XIXe siècle. L’étude montre les accords et les différences des cinq publications face à cinq questions : premièrement, comment elles ont présenté les lumières et les ombres de l’Espagne. Deuxièmement, comment ils appréciaient les Cubains, leur lutte et leur capacité à se gouverner. Troisièmement, quelle position ont-ils prise face à l’intervention américaine à Cuba. Quatrièmement, quelle analyse ont-ils faite de l’idéologie justifiant l’intervention et cinquièmement, quelle devrait être la tâche des forces d’intervention américaines à Cuba. L’article révèle le rôle joué par la race, la religion et l’American Manifest Destiny dans la motivation des accords et des désaccords entre les publications. Les grands absents étaient les Cubains.


Mots-clés: Cuba, Églis, catholique, États-Unis, Indépendance

El presente artículo pretende estudiar el cambio de dirección ocurrido el verano de 1898 en varias sociedades. Examinaremos este cambio a partir del punto de vista intelectual y religioso. Nos concentraremos en los Estados Unidos de América. Vamos a recorrer cinco publicaciones americanas de amplia circulación durante el período comprendido entre el inicio de la insurrección cubana (24 de febrero de 1895) hasta la inauguración de la República (20 de mayo de 1902). Nuestra investigación pretende identificar las diferencias y semejanzas entre las opiniones de estas publicaciones; intentar establecer algunas explicaciones y señalar los factores que pudieran haberlas determinado.

A más de 125 años de distancia de aquella guerra y de los comienzos de la República de Cuba, la Perla de las Antillas sigue siendo una realidad acerca de la cual se pronuncian con pasión las más variadas opiniones dentro y fuera de la isla. Muchas de estos pareceres se externan de manera apodíctica, como si fueran la única verdadera, condenando las otras al basurero de la historia[1] y a veces hasta reprimiéndolas con violencias públicas, sanciones y cárcel. El estudio de aquellas opiniones distantes y encontradas y los factores que las generaron pudiera ofrecer pistas de comprensión de las actuales y las bases de un posible diálogo entre los actores que las expresan.

Las publicaciones que recibirán nuestra atención son: The North American Review y The Forum como revistas representativas de la opinión pública educada de los Estados Unidos. En lo referente a la Iglesia católica, examinaremos: The Catholic World (CW), Ave María (AM) y The Messenger of the

Sacred Heart (MSHJ).[2]

The North America Review (en adelante, NAR) inició sus labores en Boston en 1815. Al momento de la llamada Guerra Hispano Americana (1898), NAR era la decana de las revistas con publicación continua en los Estados Unidos. En 1891, bajo la dirección de Lloyd Brice, llegó a tener una circulación de 76 000 ejemplares. En medio de los enfrentamientos apasionados del 1898, una revista rival, la Review of Reviews, llegó a afirmar: «Sin duda, NAR es considerada por la mayoría de la población como la plataforma de mayor calidad e imparcialidad a la hora de discutir las cuestiones de la actualidad pública. NAR supera a todas las otras revistas o magazines»[3]. The Forum vio la luz en 1886 y se ocupaba de problemas actuales examinados por prominentes figuras intelectuales. «La política editorial de la revista se regía por cuatro principios básicos: primero, recoger los trabajos de expertos autores; segundo, en formato de seminario; tercero, rodearlos de otros artículos encaminados a captar la atención del público y finalmente, cuidar de la calidad de la edición. Difícilmente se encontrarán exposiciones más calificadas acerca de las preocupaciones más serias de la mente americana para la década del 1886 al 1896 que las publicadas en los primeros veinte volúmenes de la revista The Forum» (en adelante TF)5.

Entre 1865 y 1885 el número de las publicaciones religiosas casi se duplicó, saltando de las 350 a las 650. Ahora bien, la circulación de estas publicaciones se concentraba en un 50% en periódicos de escuelas dominicales (Sunday-school papers). Las publicaciones católicas vivieron su mayor crecimiento durante estos años debido a que la población católica se duplicó durante los años 1865 a 1885. En 1885 las 74 publicaciones católicas aventajaban en una a las 73 metodistas. Según John Tebbel, el primer lugar de las publicaciones católicas lo ocupaba The Catholic World, seguida de Ave María (AM)[4].

The Catholic World (en adelante CW) fue fundada en 1865 por el padre Isaac T. Hecker, de los padres paules. Según The

Nation, la revista poseía «un estilo más varonil que cualquier otra publicación»7. CW no era primordialmente «una revista teológica», sin embargo, fue una revista popular, «dirigida al gran público, con la intención de apoyar la doctrina de la Iglesia y divulgar opiniones católicas en los campos de la literatura, el arte, la ciencia, el drama, la educación y la sociedad»8. Ave María (en adelante AM) también inició en 1865 en la Universidad de Notre Dame, Indiana, bajo la dirección del padre Granger y continuó apareciendo como una revista interesada en la literatura en general9.

The Messenger of the Sacret Heart (en adelante MSHJ) fue fundada por los jesuitas de la Provincia de Maryland, en 1866, con sede en Woodstock y fue trasladada a New York en 1902.

Dos estudios me fueron de gran ayuda en elaborar mi hipótesis de trabajo para esta investigación, el de David N. Doyle, Irish American, Native Rights and National Empires. The Structure, Division and Attitudes of the Catholic Minority in the Decade of Expansion, 1890-1901, de 1976, y el de Frank

T. Reuter, Catholic Influence on American Colonial Policies,

1898-1904, de 196710. Tal y como lo expresa en su prefacio, Doyle estudió «las reacciones y divisiones entre los católicos irlandeses americanos respecto de los interrogantes suscitados por la política exterior americana para los años 1900-1901». Por su parte, Frank T. Reuter se enfocó «en examinar algunos de los problemas de la relación Iglesia-Estado dentro del nuevo imperio americano; en observar la reacción católica respecto de estos problemas en los Estados Unidos, para poder entonces determinar su influencia, si es que de hecho hubo alguna, en la formulación o dirección de la política colonial americana»[5].

Las opiniones que vamos a estudiar no ocurrieron en el vacío, sino en el contexto de la Cuba del siglo XIX, de la sociedad de los Estados Unidos y particularmente de la Iglesia católica norteamericana.

La Cuba del siglo XIX pintada con brocha gorda

Los 109 884 kilómetros cuadrados de Cuba en 1887 eran el hogar de 1 631 687 habitantes. El desarrollo económico de la Isla se había acelerado durante el siglo que va desde la toma de La Habana por los ingleses en 1762 hasta los conflictos civiles españoles de la década de los 1860. Debido principalmente a la destrucción de la pujante industria azucarera de Haití durante las revueltas esclavas (1791-1804), Cuba se convirtió en uno de los mayores productores de azúcar a nivel mundial12.

Este progreso económico tuvo dos consecuencias mayores: una política y la otra social. Del lado político, Cuba se mantuvo fiel a España durante los años entre 1808 y 1824 en que las demás unidades administrativas españolas en América buscaron su independencia. Los poderosos intereses económicos de Cuba unieron su suerte al bando español persiguiendo la promesa de un futuro dorado. La promesa se rompió a mitad de los 1860 cuando la metrópolis aumentó los impuestos, intentó controlar más estrictamente la tenencia y tráfico de esclavos y la caída de los precios del azúcar en el mercado mundial.13

Analizando el lado social, la siempre creciente industria azucarera necesitaba un flujo constante de esclavos. Tan grande fue la intensidad de ese flujo, que para los años que van del 1800 al 1860 la población de color, sumando negros libres, esclavos y mulatos, era el sector mayoritario en Cuba.[6]

La prosperidad generada por el azúcar y la composición racial de la población durante el siglo XIX determinaron la naturaleza de las facciones que aspiraban a regir los destinos de Cuba: los autonomistas, anexionistas y los independentistas.

Los autonomistas pretendían conseguir para Cuba un cierto control sobre las decisiones más importantes, pero siempre bajo la seguridad del dominio español. Su principal punto de apoyo era la alianza entre los hacendados, los dueños de esclavos y las autoridades españolas. Esta alianza se vino abajo por cuatro razones. Primero, España se negó a conceder a los cubanos una representación en las Cortes. Segundo, la creciente fuerza de una tendencia abolicionista en las Cortes españolas, que aprobó una abolición de la esclavitud condicionada en 1886 e irrestricta desde 1888. Tercero, la disminución de los dueños de ingenios ante la modernización de la industria en centrales de mayor capacidad los cuales reducían a los antiguos orgullosos dueños en meros colonos que ahora vendían su producción cañera a centrales más eficientes. Cuarto, luego del final de la Guerra Civil norteamericana (1861- 1865), el capital norteamericano fue ocupando una parte mayor del escenario económico cubano y muchos hacendados dejaron de mirar para la lejana España, del otro lado del Atlántico para poner sus ojos en el coloso del norte, ahora reconocido como la fuerza determinante del futuro.

El segundo grupo, los anexionistas, también estaba formado por terratenientes y comerciantes. Temían que España no pudiese controlar la enorme población esclava, particularmente ante la creciente presión británica para que España la imitase en abolir la esclavitud. Aunque los anexionistas estaban cansados de las promesas incumplidas de España, no pensaron en ninguna rebelión armada que pudiese soliviantar las masas esclavas con un alzamiento similar al de Haití en 1791. La anexión a los Estados Unidos era para ellos la mejor manera de garantizar que la jerarquía social se mantuviera y al mismo tiempo acceder a un ventajoso y cercano mercado para el azúcar, ¡libre de los odiosos impuestos! El movimiento anexionista recibió un golpe de gracia con el triunfo del norte abolicionista en 1865, final de la Guerra Civil de los Estados Unidos.

El tercer grupo luchaba por la independencia. Antes de 1868, inicio de la llamada Guerra de los Diez Años, había producido sin éxito varios intentos de sublevación. Cuando en 1868, en el Oriente cubano estalló la rebelión, los rebeldes lograron mantener vivas las llamas de la insurrección durante los próximos diez años, hasta 1878, pero todo terminó en un fracaso, luego de 50 000 muertes de cubanos y unas 200 000 de españoles e innombrables pérdidas materiales.[7] Después de la Guerra de los Diez Años (1868-1878) las inversiones norteamericanas llegaron a ocupar el primer lugar en Cuba.

Entre 1878 y 1895, inicio de la llamada Guerra de Independencia, ocurrieron cinco procesos que pudieran ayudarnos a comprender las causas del nuevo y definitivo levantamiento de febrero de 1895.

Primero, José Martí fundó el Partido Revolucionario Cubano en abril de 1892. La organización dio cohesión a las diversas fuerzas separatistas y una visión más clara de sus objetivos, aunque todavía eran vagos y a veces hasta contradictorios entre los patriotas.

Un segundo factor fue la creciente influencia económica de los Estados Unidos y su preocupación por la seguridad de sus inversiones y propiedades en Cuba en la eventualidad que se produjera una nueva insurrección en Cuba.

En tercer lugar, hay que señalar a la recesión de la economía americana en 1893 y la tarifa Gorman-Wilson de 1894 que perjudicó considerablemente los intereses azucareros y tabacaleros de Cuba.

Un cuarto elemento vino a causar más tensión: las medidas adoptadas por España en represalia, creando a su vez una tarifa a los productos americanos. Este fuego cruzado de tarifas y represalias dañó todavía más los intereses económicos cubanos, ya de por sí hundidos por la depresión norteamericana.

Finalmente, hemos de señalar las nuevas limitaciones impuestas por España a las pequeñas oportunidades de representación que tenían los cubanos en la década de los 1890[8].

La Guerra Hispanoamericana no fue más que otro episodio en un conflicto que destruyó vidas y propiedades en Cuba durante décadas desde los primeros años del siglo XIX. Para el momento en que los Estados Unidos finalmente declararon la guerra a España, en abril de 1898, y desembarcó las primeras tropas en agosto de 1898 los cubanos se habían determinado a ser independientes a pesar de los estragos causados por la reconcentración, medida de guerra  que el general Valeriano Weyler aplica desde el 16 de febrero de 1896 hasta que fue relevado de su cargo en noviembre de 1897, al sucederle el general Ramón Blanco y Erenas. Además, los sectores cubanos más activos en la política se habían persuadido de la falta de sinceridad que marcaba la propuesta española de autonomía para Cuba. Añádase a lo dicho que, por primera vez en los conflictos armados, ardían los prósperos cañaverales del occidente de Cuba, dañando también las propiedades de los americanos. En el extranjero, el exilio cubano y todavía más la prensa amarilla americana lograron presentar la lucha cubana de una manera dramática ante el público norteamericano. En Cuba las fuerzas rebeldes infligían daños con sus guerrillas a un ineficiente ejército español que solo lograba mantener sobre el terreno a la cuarta parte de sus fuerzas[9]. Una Iglesia católica dirigida desde España y con un clero mayoritario español militó en el lado español de la contienda. Aspiraba a mostrar que solo los católicos eran los verdaderos españoles y que la guerra de Cuba era un castigo divino por tolerar a la masonería y el librepensamiento en la sociedad española, la guardiana de un destino manifiesto católico[10].

Los Estados Unidos y Cuba durante el siglo XIX

Se pudieran resumir a cuatro las posturas de los Estados Unidos respecto de Cuba. La primera consideraba que, dada la proximidad geográfica de Cuba respecto del coloso del Norte, necesariamente sería atraída por ese campo gravitacional político para evitar que cayese en manos de alguna potencia rival, considerando su posición estratégica. Para evitar este peligro, la solución conveniente sería adquirir la isla comprándosela a España.

Una segunda posición norteamericana respecto de Cuba cifraba su éxito apoyando expediciones dirigidas por anexionistas cubanos, quienes una vez triunfaran buscarían la anexión a los Estados Unidos como otro estado esclavista de la Unión.

La tercera postura respecto de Cuba la constituían aquellos que deseaban mantener el statu quo en la isla debido a dos temores: una rebelión de esclavos, como la de Haití en 1791, y la posibilidad de que los Estados Unidos se viesen involucrados en una guerra simultánea contra varias potencias europeas interesadas en apropiarse Cuba. En esta postura encontramos a hombres de negocios y terratenientes americanos temerosos de los nefastos efectos que una guerra pudiera acarrear a sus intereses en Cuba.

Finalmente, encontramos a los americanos indignados por la actitud oficial de sus propias autoridades, indiferentes ante las frecuentes noticias de atrocidades españolas perpetradas en Cuba, denunciadas por la llamada prensa amarilla. Existía un grupo de ciudadanos americanos avergonzados de que su país les hubiese negado durante décadas la condición de beligerantes a los combatientes cubanos y mirase para otro lado cuando España había reprimido con saña los intentos de cubanos y nacionales americanos. Así mismo había ocurrido en el caso del vapor Virginius (1873), incidente en el que fueron fusilados 53 de los más de 120 pasajeros. El grupo de los americanos indignados ejercía una presión cada vez mayor sobre el gobierno americano, presidido por William McKinley desde el 4 de marzo de 1897. A pesar de que McKinley le había asegurado a Carl Schurz, amigo personal de Lincoln y exsecretario del interior de los Estados Unidos, «durante mi administración, aquí no habrá ninguna tontería jingoísta [patriotera[11].

El propio Richard Hofstadter señaló cinco factores para explicar una mayor simpatía en el público americano hacia una postura belicosa ante España. Un primer factor lo encontró en «la creciente frustración y ansiedad entre los ciudadanos con conciencia cívica» motivada por toda una serie de acontecimientos en la segunda mitad del siglo XIX.

Segundo, esta creciente frustración generaba a su vez agresividad «y el deseo de verse confirmados en la idea de que el poder y la vitalidad de la nación no se habían eclipsado».

Tercero, «estaba ocurriendo un desplazamiento de los sentimientos» que iba desde la protesta social doméstica a la confrontación internacional.

Cuarto, estaba brotando una reacción contra los grupos empresariales. Como se ha dicho, muchos hombres de negocios temían las consecuencias perjudiciales que un enfrentamiento contra España traería, por un lado, al valor de oro en el mercado internacional y, por otro, recelaba de las ventajas que el movimiento a favor del precio libre para la plata cosecharía de una guerra. Hofstadter cita el análisis de Margaret Leach, «para muchos la paz se había convertido en el símbolo de la sumisión a la avaricia».

Finalmente, la guerra tenía la ventaja de unir en una sola causa «la agresividad y las generosas pasiones morales del público»[12].

Iniciada la guerra, que concluyó con sorprendente velocidad y resultados más positivos de los esperados, se cambiaron las posiciones: «Los conservadores grandes empresarios, elementos partidarios de McKinley» se interesaron en las oportunidades imperialistas obtenidas con la guerra». Mientras que «los partidarios de Bryan, populares, populistas y prodemócratas» se volvieron una muralla contraria a quedarse con los frutos de la guerra»[13].

El catolicismo en los Estados Unidos durante el siglo XIX

Fue en medio del contexto dinámico que acabamos de mencionar que los diversos grupos católicos provenientes de etnias diferentes elaboraron sus respuestas al interior de una nación la cual experimentaba ella misma nuevos procesos.

Los católicos respondieron a estos nuevos retos bajo la mirada vigilante de viejos rivales religiosos. Algunos, como la conservadora Roma, examinaban cuidadosamente el catolicismo americano desde el mismo lado de la cerca. Otros, como los protestantes americanos, observaban a esta minoría papista con una mirada desconfiada, pues compartían las mismas opiniones corruptas de la católica y decadente España.

En los comienzos del siglo XVIII, la Iglesia católica representaba apenas el 1% de la población de los Estados Unidos, pero gracias a la siempre creciente llegada de inmigrantes católicos, para 1880 eran más del 10% de la población, alcanzando los 6, 259 000 en un país de 50 155 783 habitantes[14][15].

Según las investigaciones de David N. Doyle «para 1890, 1 de cada 8 americanos blancos era católico»[16]. En 1890 casi la mitad de todos los católicos se concentraba en los estados del norte de la costa atlántica y la tercera parte en la región central norte. Doyle intentó estos cálculos aproximados acerca de qué porciento era católico en los principales grupos étnicos de inmigrantes y llegó a estas conclusiones:

i) casi uno de cada dos si los padres eran irlandeses; ii) un poco más de uno de cada cuatro, si provenían de padres alemanes;

iii)                   uno de cada seis, si sus padres provenían de diversos gru-pos extranjeros; y

iv)                   uno de cada quince, si sus padres eran oriundos de los Estados Unidos.[17]

Independientemente de las posibles divisiones que podían estallar entre los católicos dados sus diferentes orígenes étnicos, Doyle ha sostenido que «los principales conflictos al interior de la Iglesia católica durante este período, a saber: la americanización de la juventud, la herejía americanista, los sindicatos, las sociedades secretas, la defensa de la fe y el liberalismo, no son susceptibles de ser explicadas a partir de choques entre grupos étnicos». Basado en esta convicción, Doyle encaminó su investigación a mostrar que los católicos en los Estados Unidos formaban una alianza multiétnica en la que se unían preocupaciones comunes en «las áreas de opiniones raciales y política exterior»[18] y llegó a concluir que para la década de los 1890 ya existía en los Estados Unidos:

una comunidad católica madura lidereada por americanos de procedencia irlandesa, que se dividió respecto del imperialismo en los 1890, y estas mismas divisiones mostraron los vínculos comunes y convicciones que le permitieron a los católicos americanos de extracción alemana y de otras nacionalidades aceptar la definición irlandesa respecto de cuáles eran los intereses de los católicos americanos en ese momento[19].

La verdadera división entre los católicos, según Doyle, era la siguiente: de una parte se alineaban los católicos conservadores, sospechosos de cualquier hegemonía protestante americana, especialmente en Las Filipinas, y en la otra parte los americanistas para quienes los intereses del catolicismo coincidían con una «creciente cooperación con la administración americana de las islas y con la agenda de los presidentes republicanos dentro de los Estados Unidos»[20].

El católico de a pie se encontraba jalado en dos direcciones contradictorias: una era su simpatía por los insurgentes cubanos y la otra, la católica España. Los católicos eran aliados del presidente en su política favorable a los insurrectos, pero se oponían a la guerra contra España. Incluso luego del hundimiento del Maine en la bahía de La Habana, el 15 de enero de 1898, «con algunas notables excepciones, el liderazgo católico organizado se colocó al lado de los políticos, editores y empresarios que todavía trabajaban en aras de la paz, e intentaban quitarle la mecha a la crisis»[21].

Entre esos esfuerzos merecen destacarse los de monseñor Ireland, urgido por el papa León XIII para que obtuviera del presidente McKinley la oferta a España de un armisticio.

Para investigar la diferencias y semejanzas entre los católicos y los protestantes, y entre los mismos católicos, respecto de la Guerra Hispano Americana examinaré cuatro temas mayores en las cinco publicaciones ya mencionadas: primero, qué opinión les merecía España como país, cuáles eran las acusaciones mayores contra los hispanos y los argumentos más relevantes en los que se basaba la defensa de España.

En segundo lugar, realizaremos un examen similar para el caso de Cuba, los cubanos y su lucha por la independencia, añadiendo de pasada un comentario sobre Las Filipinas por cuanto puede ofrecernos elementos de contraste.

Tercero, examinaremos las diversas posturas ante la intervención norteamericana y, finalmente, en cuarto lugar presentaremos las diferentes reacciones de las publicaciones examinadas respecto de la ideología justificadora de la intervención americana en el conflicto entre cubanos y españoles y los objetivos que dicha intervención americana debía llevar a cabo en su guerra contra España.

Dos muestras de opiniones comunes en los Estados Unidos de América para los años 1895-1902

La revista The Forum (1895-1902)Generalizando, se pudiera afirmar que The Forum se ocupó de presentar la causa española de manera negativa. Ya en 1895, algunas de sus páginas parecieran haber sido escritas durante las guerras religiosas europeas del siglo XVI:

En la idiosincrasia española pervive un rasgo permanente de la crueldad pagana de Roma, reforzada y acentuada por las enseñanzas de la Inquisición. Si los Estados Unidos, con un trazo de la pluma, hubiera reconocido la beligerancia a los cubanos, tal y como era su deber, hubiéramos asistido a las atrocidades de Calígula y Torquemada[22].

Los españoles aparecieron en The Forum como hombres con

«una cínica despreocupación de la buena fe»[23]. Las tácticas del temido general español Valeriano Weyler, capitán General de Cuba desde febrero de 1896 a octubre de 1897, estaban calcadas de «los métodos empleados por el Duque de Alba en los Países Bajos hacía tres siglos»[24].

Al describir el escenario en el cual los ejércitos españoles y cubanos se enfrentaban, Henri Rochefort colocó de un lado a los contingentes españoles, «formidables en número y armamentos, dirigidos por generales luciendo estrellas y condecoraciones y marchando con terror… en medio del ruido de las descargas contra mujeres y prisioneros». Del otro lado, las fuerzas cubanas, «seis veces menos numerosas, sin paga, ni uniforme, carentes de equipo militar adecuado, pero marchando a la batalla al grito de “Cuba Libre” gritado tanto por jóvenes imberbes como por viejos cuyos cuerpos son acribillados a balazos como si fueran una bandera»[25].

El esfuerzo de la causa española, según The Forum, podía ser sintetizado en las palabras de Henry Cabot Lodge. Escribiendo en marzo de 1896, H. C. Lodge comentó: «España podrá completar la ruina de Cuba, pero no podrá conquistar a los cubanos»[26].

H. Butler afirmó en abril de 1899 que las virtudes de la gente común española eran: «bravura, robustez, sobriedad, paciencia y honestidad», pero la gente común estaba falta de «líderes, cohesión y organización»[27]. The Forum alabó el valiente intento del Almirante Cervera por salvar su flota[28]. Los estratos más elevados de la sociedad española eran frívolos y las clases medias desprovistas de ideales.

Uno de los raros comentarios positivos sobre España, rodeado de mucha información negativa, apareció en The Forum en mayo de 1901. Tratando el tema de las relaciones raciales, W. S. Scarborough sostuvo:

El asunto del color [de la piel] que España, junto con otros países, fue llamada a enfrentar hace tiempo ha tenido esta consecuencia: a pesar de su traición, opresión, crueldad y mal gobierno, España no humilló a estas gentes a causa de la mezcla de sangre con razas más oscuras[29].

Scarborough continuó atribuyendo a la guerra hispanoamericana un carácter providencial. Pareciera que «el Director del Universo», al concederle a los Estados Unidos la victoria sobre las armas españolas, lo ha hecho con el propósito de que los Estados Unidos «asuma un papel protagonista en la solución de algunos de los problemas relacionados con las razas más oscuras de la humanidad» y esto, a pesar del «prejuicio y odio racial” americano»[30]. Según W. S. Scarborough, el coloso del norte estaba capacitado para llevar a cabo esta tarea dada su civilización cristiana.

Las afirmaciones negativas sobre Cuba se centraban alrededor de la composición racial de su población. Así, J. B. Moore se pronunció en mayo de 1896 sobre la población de Cuba: «un tercio está compuesta por negros y mulatos, apenas emergiendo del barbarismo, y los otros dos tercios están formados por blancos analfabetos en una gran parte, descendientes de españoles, con una capacidad política subdesarrollada, y tiznados de una propensión revolucionaria»[31].

En las páginas de The Forum, los dos fantasmas que aterraron a los cubanos a lo ancho y largo del siglo XIX figuraron de manera prominente. Por un lado, el miedo de un alzamiento de esclavos al estilo de Haití y, por otro, el caos político tan desastrosamente palpable de las repúblicas independientes de América Latina[32].

En el ya mencionado artículo, J. B. Moore evaluó así el esfuerzo bélico cubano: «Es evidente que en Cuba se está desarrollando una guerra; pero es igualmente evidente que sus características no son las de una guerra regular, sino las de una guerra de guerrillas». J.B. Moore dudaba de que los insurrectos fuesen «el pueblo de Cuba» o de que pudiera sostenerse que «mantenían un gobierno»[33].

Un artículo de Edmond Wood presentaba todavía un panorama más sombrío de la situación cubana, «¿Podían los cubanos gobernar a Cuba?». Su tesis principal consistía en sostener que el nuevo gobierno de Cuba, creado por una resolución conjunta del Congreso de los Estados Unidos, «resultaría ser una ópera bufa como gobierno en la isla, a no ser que los cubanos hubiesen aprendido de los errores de las otras repúblicas de hispano América y fuesen capaces de desarrollar un carácter hasta ahora nunca visto en ninguna nación con raíces hispanas»[34]. Wood no se quedó en generalidades y señaló ocho motivos para fundamentar una opinión tan negativa sobre los cubanos.

Primero, dado que los cubanos no habían aprobado ningún tipo de libertad de comercio entre las provincias, las tarifas obstaculizarían el comercio y crearían una burocracia susceptible de corrupción. Segundo, Cuba, como otros tantos países de América Latina, era analfabeta y era sabido «que gente analfabeta nunca ha sido capaz de preservar sus libertades». Tercero, la nueva República de Cuba sería incapaz de pagar sus deudas. Cuarto, igualmente, no estaría en capacidad de pagar a sus funcionarios públicos. Quinto, «¿qué sucedería cuando el Ejército Libertador clamase por sus salarios, recompensas y pensiones a las puertas del Congreso cubano?». Sexto, el hecho de que los cubanos se hubieran mostrado valientes y exitosos en la guerra no garantizaba su capacidad de conformar un gobierno estable en la Isla. Séptimo, si Cuba quería obtener un trato especial en los mercados americanos, como ya era evidente y lo seguía siendo hoy en día, el mercado cubano tendría que reciprocar y de pronto se vería inundado de productos norteamericanos al paso que las recaudaciones de aduanas se reducirían mucho. Finalmente, un gran sector de la población cubana deseoso de la independencia la buscaba, justamente, para probar que los cubanos no estaban capacitados para gobernarse y así con ese fracaso dar un primer paso hacia la anexión a los Estados Unidos[35].

Otros dos ensayos en The Forum aparecieron para confirmar la opinión de que la mayoría de los cubanos no deseaba la independencia. En octubre de 1900,y con el título «Un alegato en pro de la anexión de Cuba»[36] un artículo firmado por «un cubano» avanzó un análisis tan desesperanzador acerca de las posibilidades de que Cuba pudiera existir como una república, que concluyó:

A pesar de nuestra gran vanidad, es difícil suponer que los cubanos, al esforzarse por desarrollar su nacionalidad e instalar una república, lograrán llevar a cabo el milagro alcanzado por la raza anglosajona en América… Si [Cuba] ha de ser independiente, que sea de la única manera racionalmente posible. Busquémosle su lugar en el hogar americano[37].

Un segundo artículo de diciembre de 1900 iba más lejos al responder negativamente a la pregunta, «¿Podrá existir alguna vez una República de Cuba?»[38]. Para José Ignacio Rodríguez (1860-1907), el autor de estas páginas, «la única solución al problema cubano de una manera satisfactoria a todas las partes es estableciendo la vinculación entre la República de Cuba y los Estados Unidos de América orgánica y permanente». Y también añadió: «ningún cubano que posee un dólar o desea ganarlo honradamente aspira a otra cosa; y aquellos entre los insurgentes que saben de lo que están hablando están de acuerdo con esta opinión». J. I. Rodríguez fortaleció sus argumentos citando una carta del presidente de la «así llamada República de Cuba» al New York Times, «Cuba es americana ciertamente americana, tanto como Long Island y creo que solamente existe un único destino para ella: ser incluida en la gran hermandad de estados americanos»[39]. Como se sabe, José Ignacio Rodríguez quería por encima de todo garantizar el orden jerárquico social existente en la sociedad colonial cubana, sea mediante la autonomía bajo España o mediante la anexión a los Estados Unidos, a quien sirvió como traductor en las negociaciones hacia el Tratado de París[40].

El lado favorable a la causa cubana en The Forum se expresó en cuatro argumentos: primero, el potencial ofrecido por su localización geográfica, «en ningún lugar dentro de los límites de la civilización occidental existe otro lugar más favorable al rápido e ilimitado desarrollo de riqueza para todos»[41]. Segundo, la naturaleza política de los cubanos, quienes poseen «una idea práctica y no tan teorética de lo que significa una república, más que los otros hispano americanos», tal y como puede verse en los prósperos establecimientos del oeste de Tampa[42]. Tercero, en un artículo altamente laudatorio, Thomas G. Alvord Jr. sostenía que «muchos cubanos han estudiado y vivido bajo instituciones republicanas»[43].

Finalmente, la lista de rasgos positivos de los cubanos iba desde calificarlos de «corteses y gentiles» hasta la afirmación del general Vargas, «no conozco a un pueblo tan fácil de gobernar como los cubanos»[44].

Vale la pena, así sea brevemente, contrastar la visión de TF acerca de los filipinos con la que acabamos de presentar sobre los cubanos. TF tilda a los filipinos de supersticiosos52 y manifiesta una visión racista de algunos sectores de su población:

Los negritos (sic) son dotados físicamente. Pueden correr como venados y trepar en los árboles como monos, de hecho, se aproximan a los monos en un aspecto, dado que gozan de una notable agilidad y su dedo gordo del pie posee una alta capacidad prensil53.

La controversia sobre los frailes españoles en las Filipinas también salió a la luz en las páginas de TF, en donde se repitieron las consabidas acusaciones contra ellos acusándolos de abuso y mala administración54.

De lado positivo, The Forum reconoció con sorpresa la habilidad de los filipinos para resistir a las fuerzas invasoras americanas55.

The Forum justifica las acciones de los americanos en las Filipinas contra la acusación de imperialismo.

A nosotros, que somos moderadamente progresistas, nos califican de «imperialistas» porque no le vamos a permitir a los filipinos el votar. Probablemente no les vamos a permitir votar hasta que nosotros no estemos satisfechos de que lo harán de manera inteligente; pero con igual seguridad, cuando estos isleños estén capacitados para ejercer su derecho a sufragar, se les otorgará56.

lista de rasgos positivos de los cubanos.

52      TF 25 (julio, 1898): 542.

53      . Ramón Reyes Lala, «The people of the Philippines», TF 28 (septiembre, 1899): 29-34.

54      TF 29 (agosto, 1900): 705.

55      TF 32 (febrero, 1902): 668.

56      Charles Denby, «What shall we do with the Philippines?», TF 27 (marzo 1899): 48.

El artículo continúa ahora respondiéndoles a sus críticos en el sur de los Estados Unidos:

Tomando en cuenta las probabilidades humanas, los filipinos ejercerán su derecho al voto más pronto que algunas de las poblaciones negras de los estados del sur. Señores del sur, caballeros de «Dixie» algunos de nosotros calificados de «imperialistas»” no les culpamos de ninguna manera por tomar todas las medidas legales en aras de proteger sus derechos legales. ¿Acaso no nos perdonarán si nosotros aplicamos la misma política respecto de una raza nueva y no probada?[45]

En artículos posteriores de la revista, se considera que los americanos en las Filipinas actuaron bajo presión, pero con moderación.[46]

Respecto de la cuestión candente: ¿debieron los Estados Unidos intervenir en Cuba? La posición de la revista The Forum para los años que median entre 1895 y el 1902 fue favorable a la intervención con dos connotadas excepciones. Algunos, como J. B. Moore[47] apoyaron la postura de la no intervención, mientras que Goldwin Smith[48] condenó el expansionismo norteamericano.

Del otro lado, los que apoyaban la intervención lo hacían señalando las propiedades americanas en Cuba y, de manera interesante, apuntaban al anacronismo de encontrarse todavía en el siglo XX a una nación de la Europa decadente ejerciendo su poder sobre un territorio de la América Latina[49]. La necesidad de intervenir fue también justificada como una medida necesaria en la lucha por la sobrevivencia de los más capacitados[50]. También se pusieron en juego los argumentos del Destino Manifiesto[51], la fuerza de los anglosajones[52] y señal de una nueva tarea para los americanos, tal y como lo significó Julian Hawthorne:

Los verdaderos americanos deben de creer que los Estados Unidos de América representan la esperanza de la raza humana; hemos de demostrar esta creencia, no simplemente acogiendo aquí en nuestra casa bajo nuestra bandera a refugiados del Viejo Mundo, sino que nos toca desplegar nuestra bandera, según Dios nos dé la oportunidad, ante aquellos que han sido víctimas de la opresión fuera de nuestro país y otorgarles la oportunidad de aprender las lecciones para ellos desconocidas de la libertad y de la luz[53].

La revista North American Review (1898-1902)

Para la revista North American Review (en adelante NAR) el pasado español de la Guerra Hispano Americana era tan solo un aspecto secundario de esta afirmación central: «La revolución cubana… tenía motivos justificados, si alguna hubo alguna revolución los tuvo»[54]. NAR rara vez empleó el tipo de amplias generalizaciones que caracterizaron los artículos de The Forum, al contrario, la administración colonial española fue condenada en las páginas de NAR por abusos concretos. Mencionemos, entre otros: España solo concedió representación nominal a los delegados cubanos; sobrecargó la isla con enormes obligaciones impositivas que aumentaron la deuda cubana[55]. La madre patria de Cuba no le proveyó seguridad. Así lo afirmó Hannis Taylor: «a pesar de su valor inestimable y fidelidad, Cuba fue siempre considerada por España… como una localidad para saquear y esclavizar»[56].

En las páginas de NAR figuraron de manera prominente la burocracia e ineficiencia española. Así lo señaló Clara Barton en «Nuestro trabajo y observación en Cuba» al informar sobre «la condición de los hospitales, cuando pude visitarlos, era lamentable más allá de toda descripción»[57].

NAR le reconoció a España tres aspectos positivos de sus esfuerzos en las Américas: civilización, cristianización y cordialidad.

Las mayores críticas de NAR contra los cubanos se manifestaron a partir de estas reflexiones. Según don Segundo Álvarez, ex alcalde de La Habana, solo una minoría de los cubanos deseaba la independencia en 1895, dado que este movimiento de independencia de España había sido un fracaso en el pasado reciente. No había más que recordar la decepción de la Guerra de los Diez Años (1868-1878). Otro factor venía a confirmar la tesis de don Segundo respecto de Cuba: el ejemplo desastroso que ofrecían las otras repúblicas de la América hispana[58] y su incapacidad para organizarse como naciones «dados los elementos tan diversos de sus poblaciones»[59]. Obviamente aludía a la composición racial de Cuba.

En el artículo de Mayo W. Hazeltine «¿Qué se debe hacer con Cuba?»[60] se argumentaba a partir de un conjunto similar de prejuicios raciales negativos a la hora de evaluar la capacidad de los cubanos para crear una república independiente. Al momento de Hazeltine publicar este artículo, ya España había sido derrotada, razón por la cual su análisis apuntaba a mostrar la incapacidad de los cubanos de crear una nación viable fuera de la unión norteamericana. Hazeltine ya veía a Cuba convertida en otro Haití. De igual manera, se negaba a aceptar que «los pocos miles de hombres que habían combatido bajo el mando de Gómez, García y otros comandantes» representaran a ningún sector significativo de la población cubana. Hazeltine les garantizaba a sus lectores que, si se les ofreciera a los cubanos directamente la alternativa, «la mayoría de los cubanos preferiría vivir como prósperos ciudadanos americanos, a vivir pasando penurias (from hand to mouth) bajo la bandera de la república de Cuba»[61].

NAR también brindaba un lado positivo de los cubanos enumerando las virtudes cubanas. Para empezar, destacaba la complicidad de la naturaleza cubana con los guerrilleros insurrectos, la tierra «es un paraíso para los insurgentes nativos y un infierno para los perseguidores extranjeros»[62]. La misma guerra «demuestra que los cubanos son buenos organizadores, decididamente prácticos y dóciles a la disciplina»[63]. Respecto de su carácter, NAR los dibujó así: «sobrios, moderados, gente naturalmente sin complicaciones e industriosos»[64]. Tal vez el testimonio más favorable respecto de la capacidad cubana para auto gobernarse provino de la pluma del mayor general del ejército de ocupación norteamericano Leonard Wood, entonces, en mayo de 1899, gobernador de Santiago de Cuba:

La afirmación de que los cubanos no son capaces de gobernarse a sí mismos, carece de fundamento hasta ahora en esta provincia, porque a la hora de restablecerse el gobierno civil de esta localidad, cada nombramiento ha sido efectuado previa recomendación de la propia población… Hasta el presente, yo no he tenido que cancelar a un solo funcionario recomendado por la gente de esta Provincia[65].

En su momento, NAR también enfrentó la pregunta de si los Estados Unidos debían declararle la guerra a España, o como lo expresó un oficial naval extranjero «los americanos, ¿tenían con qué financiar una guerra contra España?»[66]. El autor desconocido de estas páginas aportó una serie argumentos contrarios a una intervención contra España: la doctrina Monroe [sic]; el hecho de que en ese momento (febrero de 1897) los Estados Unidos no tenían ninguna queja contra España; las devastaciones irresponsables causadas por los insurrectos cubanos, que no poseían «un gobierno organizado… ni siquiera un lugar para vivir que pudiera llamar suyo». A todo esto, el oficial naval añadía las ventajas militares de España sobre los Estados Unidos, que no tenía oficiales entrenados y enfrentaba la división de sus fuerzas navales en dos escenarios, expuestos a los ataques nocturnos de naves rápidas[67].

A pesar de todo lo dicho, la mayoría de los argumentos publicados en NAR eran favorables a una intervención norteamericana. Se pueden identificar cinco líneas alrededor de las cuales se fueron armando los argumentos. Primero encontramos la justicia de la causa cubana. En segundo lugar, las ya mencionadas virtudes de las fuerzas insurrectas cubanas. Tercero, la importancia comercial y política de Cuba y Puerto Rico reconocidas desde 1823 cuando John Q. Adams las describió como «apéndices naturales del continente norteamericano». En cuarto lugar militaban los argumentos a partir del Destino Manifiesto de los Estados Unidos. Finalmente, vemos que la guerra significaba «una obligación moral» para los Estados Unidos[68], que era movido por «los sentimientos y propósitos más nobles al declararle la guerra a España»[69].

El tema religioso figuró de manera prominente en el artículo

«Una república en las Filipinas» de la autoría del honorable William Alfred Peffer, exsenador del estado de Kansas. Consideraba que los americanos estaban más que capacitados para «plantar instituciones republicanas en las islas del océano»[70]. El exsenador le señaló a los Estados Unidos graves responsabilidades:

Nosotros somos un pueblo cristiano, creyentes en la existencia de una Providencia que todo lo dirige, la cual, de acuerdo con su propia manera y tiempo, mueve el mundo hacia adelante… «naciones e individuos», como lo expresó recientemente un fervoroso ministro, «están ahí por un designio» y es basados en esta teoría, que nosotros nos atrevemos a creer que el pueblo de estos Estados Unidos ha sido entrenado para la tarea que ahora tiene por delante[71].

El exsenador de Kansas continuaba comparando a los Estados Unidos con los judíos, los griegos y los romanos para concluir:

¿Será algo exagerado añadir, que a los angloamericanos les toca el encargo de propagar el Evangelio de la buena voluntad a través del comercio y del cristianismo y así llevar a cabo la tarea de llenar la tierra y someterla? De no ser así, entonces asumamos el control y preservemos permanentemente todo el territorio que ha llegado a ser nuestro, debido a nuestra guerra contra España, ya sea se mantenga siendo lo que es actualmente o que lo desarrollemos. Pero no lo guardemos para nosotros, sino para la gente que ahora vive ahí, y la que en el futuro se traslade a ese territorio, con el fin de que la zona de la libertad y el gobierno libre se establezca y crezca en la tierra[72].

No todos los artículos de NAR eran favorables a la causa independentista cubana y la intervención de los Estados Unidos. Escribiendo en febrero de 1900, el mayor J. E. Runcie condenó a los americanos por repetir los errores de España en su artículo «El mal gobierno americano en Cuba» donde criticaba la centralización de las oficinas en La Habana, el nombramiento de empleados públicos cubanos a través de procesos amañados, y por decirlo, en una palabra: se puede afirmar «que donde quiera que los cubanos, bajo el control nominal de los americanos… han sido encargados con la tarea de ejercer el gobierno, el resultado ha sido peor que un fracaso»[73]. Runcie no dejaba mucho a la imaginación al detallar los aspectos negativos de los cubanos:

Las cortes de justicia son corruptas e incompetentes; las fuerzas de la policía son desesperadamente ineficientes; la educación pública, desorganizada; los municipios están todos quebrados y dependientes de las diversas maquinarias políticas, los empleos del gobierno, altos y bajos, están llenos por funcionarios en su mayoría indignos e incompetentes; las leyes, los juzgados y sus procedimientos no han sido reformados; y finalmente, casi todos los abusos contra los cuales se rebelaron los cubanos para remediarlos con la intervención de los Estados Unidos están presentes bajo la autoridad americana. A lo ancho y largo de la isla existe una anarquía, la cual solamente aguarda el retiro de las tropas americanas para estallar en otro tipo de anarquía… Donde a los americanos se les ha dado la oportunidad de trabajar según los procedimientos americanos, el balance ha sido un resultado excelente. Por otra parte, donde quiera a los cubanos se les ha permitido actuar según los procedimientos de su preferencia, invariablemente han aplicado los procedimientos de España, los cuales han puesto en práctica para sus propios propósitos y no buscando el bien común. Los resultados han sido un desastroso fracaso por el cual hay que responsabilizar a los americanos[74].

Conclusiones parciales

Hemos examinado dos publicaciones representativas de lo que pudiera llamarse las actitudes del gran público americano respecto de España, Cuba y la intervención de los Estados Unidos. Antes de pasar a analizar varias publicaciones católicas, es importante destacar las mayores diferencias y semejanzas entre las dos publicaciones analizadas.

A la hora de tratar los tres temas mencionados, el concepto clave que manejó la revista The Forum fue el de la raza, enfatizando la superioridad de la raza anglosajona y el Destino Manifiesto de los Estados Unidos. La principal explicación de la base del fracaso español como madre patria había que buscarlo, siempre según The Forum, en la herencia católica desde los tiempos de la Inquisición. Al hablar de los cubanos y el futuro de la Isla, The Forum expresó visiones enfrentadas. A veces denigrando y otras idealizando.

El estilo que emerge de las páginas de The North American Review fue diferente, pues evitó las grandes generalizaciones teóricas tan comunes en The Forum, y se concentró en reportajes pormenorizados. En NAR, España fue criticada debido a sus abusos, concretamente en áreas referentes a los impuestos y la burocracia y no tanto por su catolicidad. NAR alabó a España mayormente por su papel civilizador, cristianizador y el haber dejado la marca de su cordialidad. NAR atacó a los cubanos insurgentes cuestionando su representatividad, pero registró un reconocimiento de su capacidad de gobernarse nada de menos que de la pluma de Leornard Wood, que apoyó su alabanza en datos precisos. Respecto de la intervención, NAR aludió a motivos relacionados con los designios divinos, mientras dejaba espacio para otras opiniones adversas y reservas.

Tres temas recurrentes aparecieron en estas revistas: el miedo a que se produjera otro Haití, la penosa incapacidad de las razas latinas a la hora de fundar democracias, tal y como se veía en las ya existentes repúblicas de la América hispana y el uso de la Providencia a la hora de abordar el Destino Manifiesto. Dios mismo encargaba a los Estados Unidos, república cristiana, a llevar la luz y la libertad a otros pueblos. Respecto de estos temas ambas publicaciones se hicieron eco de opiniones contradictorias en un ambiente pluralista, a pesar sus tendencias editoriales. Ambas estaban de acuerdo en su rechazo de España, como se ha visto, por diferentes motivos. Ambas estaban de acuerdo en su apoyo y visión positiva, pero no ingenua, de la causa cubana y lo mismo pudiera afirmarse del Destino Manifiesto.

Las revistas presentaron tres interrogantes o interpelaciones a lo largo de todos sus artículos. Antes de abril de 1898, cuando los Estados Unidos le declararon la guerra a España, las revistas cuestionaron al gobierno americano por no intervenir. Luego del contacto con los cubanos, surgió el interrogante acerca de la idoneidad de los cubanos para construir una república, concretamente habida cuenta de que heredaban el autoritarismo español y la alta presencia de negros y mulatos en Cuba. Finalmente, luego de abril de 1898, también se cuestionó la intervención del gobierno de los Estados Unidos en la guerra, que ya tenía tres años peleándose en Cuba. Estos tres interrogantes nos pudieran ser de utilidad a la hora de examinar tres publicaciones católicas.

Tres publicaciones católicas 1895-1903

Ave María

Ave María (en adelante, AM) pensó que era su deber defender a España de diversas acusaciones en un tiempo en el cual «los púlpitos de la nación resuenan con gritos de guerra y calumnias contra los enemigos españoles»[75]. Curiosamente, el ataque más común contra los españoles era tildarlos de sanguinarios, como lo mostraban sus salvajes diversiones: las corridas de toros y peleas de gallos[76]. Estas acusaciones fueron seguidas por otras referentes a la atrocidades perpetradas por España[77] y el atraso de aquellos países colonizados por España.[78] El 21 de mayo de 1898, Ave María presentó y refutó lo que claramente consideraba como una de las acusaciones más peligrosas contra España, aquella de que esa nación era degenerada, porque era católica y la guerra que se había desatado entre España y los Estados Unidos era «un certamen entre el protestantismo y el catolicismo». El ataque apareció en el Springfield Republican, y Ave María respondió:

Entre las grandes naciones de la actualidad, Inglaterra es protestante, pero Rusia no. La decadencia alcanza a todas las naciones independientemente de sus convicciones religiosas. La católica España parece decadente, pero la esencialmente católica México vibra con vigor juvenil. Y la católica Cuba, estamos seguros, cuando se libere de la poco motivadora mano española, mostrará una virilidad y progreso antes desconocidos. La prosperidad material y la adversidad dependen de factores diferentes de la religión y en ningún caso pueden interpretarse como signos visibles de la aprobación o desaprobación de Dios[79].

De la defensa de España, Ave María pasó al ataque contra las propias limitaciones de los Estados Unidos. El 28 mayode 1898, ya con la guerra declarada, se leía en AM: «si los incalificables españoles hubieran tratado a sus insurrectos en Cuba y las Manilas [sic, queriendo hablar de las Filipinas] como nosotros tratamos a nuestros indios, no hubieran tenido motivos para una guerra»[80]. Dando a entender que habrían eliminado a sus opositores.

De manera permanente AM mostró una actitud negativa respecto de los cubanos. El 23 de julio de 1898, luego de los primeros contactos entre cubanos, españoles y americanos, Ave María comentó la conducta extraordinaria del almirante

Cervera y sus oficiales y añadió: «El pueblo americano está empezando a aprender el verdadero carácter del enemigo contra el que combaten y aquél de los insurrectos cubanos cuya causa han abrazado»[81].

Ave María adoptó el tono de «te lo dije» a la hora de condenar la brutalidad y la cobardía de las represalias cubanas contra los sobrevivientes españoles de un naufragio[82].

El ataque más intenso de Ave María contra los cubanos ocurrió en la edición del 6 de mayo de 1899[83] cuando al rememorar a Antonio Maceo, el patriota cubano, lo presentó como un hombre que estaba listo para pactar la paz con los españoles, de no haber sido «por el antagonismo fomentado entre los americanos por la Junta Cubana de Nueva York». La «Notas y Comentarios» de Ave María prosiguieron afirmando:

Sea lo que sea que se piense sobre Maceo, los patriotas cubanos son una partida de inútiles [a worthless set] como la sabe todo el que no esté prejuiciado. Y si estos patriotas se encuentran ahora en una situación mejor que cuando vivían bajo el dominio español, estos cubanos no parecen haberse dado cuenta todavía. Estos cubanos no aman a sus liberadores, ni sus liberadores los aprecian a ellos[84].

En 1900, los políticos elegidos por los cubanos a las posiciones administrativas menores, según Ave María, no «eran del tipo que inspirase una visión optimista acerca del resultado de las próximas elecciones»[85]. A los políticos cubanos se les acusa de ser los instigadores de la odiada ley estableciendo el matrimonio civil del gobernador Brooke, como una manera de perseguir la Iglesia98.

Ave María presentó a los cubanos bajo una luz más benévola cuando reconoció su catolicismo con ocasión de la muerte del general Calixto García, el 11 de diciembre de 1898. El general recibió los últimos sacramentos con lo cual se deshizo la especie de que «era un descreído o un masón»[86]. En varias otras instancias, Ave María subrayó la superioridad cubana en sus modales, debida tal vez a su pasada crianza española.

Con evidente gusto, Ave María aludió a la respuesta dada por el presidente de Harvard, Dr. Charles William Eliot, a un grupo de personas que invitó a los cubanos a una reunión de la Liga de la Temperancia:

Yo no creo que los cubanos estén interesados en la abstinencia total, ellos no tienen la tendencia de beber en exceso y no la comprenden en otras personas… Como todas las razas latinas, los cubanos tienen un agudo sentido del humor. Cuando hayan asimilado plenamente todos los detalles de la civilización que voluntariamente les hayamos comunicado, léase, nuestros malolientes charcos políticos, nuestros fraudes en la administración pública, nuestros molinos de divorcios, nuestra prensa voraz; entonces, los cubanos cesaran de indignarse con nosotros y en la misma proporción crecerá nuestra reputación de ser una nación de cómicos [jokers]. Todo este asunto probablemente les recuerde a los cubanos la historia de aquella vieja presbiteriana que viajó desde Cape God [a Roma] para convertir al Papa[87].

Ave María también señaló el efecto positivo que estaba teniendo en La Habana «la llegada de muchos católicos practicantes desde los Estados Unidos»[88]. En ese momento, se debatían importantes asuntos de interés católico en Cuba: el matrimonio, las propiedades de la Iglesia y la educación. Ave María se hizo eco del carácter católico de la población de

Cuba en mayor medida que otras publicaciones. Los cubanos estaban «deseosos de recibir sacerdotes en un país privado de personal religioso»[89]. Para el 1902, apoyándose «en la opinión de observadores cualificados», Ave María prometía que «la República de Cuba tratará con equidad a la Iglesia [católica]»[90].

Una característica permanente de la publicación Ave María a lo largo de estos años investigados (1895-1902) fue el señalar los aspectos negativos de la sociedad americana, siempre que se discutían los efectos beneficiosos que recibirían los latinos y los filipinos luego de una intervención americana. Por ejemplo, con ocasión de la visita a Harvard de un grupo de maestros de escuelas públicas cubanas, Ave María informó:

Habrá mucha complacencia al explicarles a los ciudadanos morenos de las Indias occidentales que nuestras instituciones de educación superior poseen cuantiosos recursos, que tenemos la mayor extensión de líneas férreas y ferrocarriles y las mayores fábricas de salchichas… pero de aquella civilización que debería ser nuestro principal producto de exportación a Cuba, la muestra no será muy impresionante… nuestros visitantes coloniales se escandalizarán de modales y moral de la juventud americana[91].

A la hora de evaluar el tema de si los Estados Unidos debió intervenir en la guerra contra España, la respuesta de Ave María era un «no» rotundo. La primera razón aducida era que España administraba bien estas islas, en particular Cuba[92]. En segundo lugar, Ave María ponía en tela de juicio los motivos del presidente McKinley para invadir Cuba[93]. Los verdaderos motivos había que buscarlos del lado de las masas incontrolables fácilmente manipulables cuando sus pasiones eran desatadas[94]. En el mismo editorial, Ave María manifestó su indignación ante las emociones salvajes y vengativas que se adueñaron de la nación luego de la destrucción del Maine, «cuya autoría nadie podía determinar a ciencia cierta y que nuestros enemigos habían rechazado ante el mundo entero. El grito salvaje de –¡recuerden el Maine! desató las pasiones de la nación, he aquí la causa real de esta guerra tan gravosa y tan poco gloriosa»108.

Ave María completó el cuadro de las verdaderas causas de la guerra añadiendo el imperialismo[95] y la corrupción[96], y atribuyendo a la «prensa amarilla» un papel preponderante en encender los fuegos de la guerra en los Estados Unidos.

Ave María realizó un resumen elocuente de su evaluación de la prensa americana en 1898[97]. Destacó este párrafo:

Es de esperar que uno de los buenos resultados de la guerra presente será el disminuir la influencia de los periódicos y el enseñar a la gente a pensar con su propia cabeza. Si el público tan solo supiera con qué falta de escrúpulos se manejan los periódicos y qué poco se preocupan por la verdad la mayoría de los editores, la gente no le daría tanta importancia a la prensa diaria[98].

En tercer lugar, tal y como ya había sido mencionado en sus páginas, Ave María señaló que ni los filipinos ni los cubanos exhibían mejores credenciales morales que sus señores españoles[99].

Finalmente, en cuarto lugar, la revista enfatizaba que los mismos americanos habían cometido muchos errores en Cuba[100] y en Las Filipinas[101].

The Catholic World

Caso raro entre las cinco publicaciones estudiadas, The Catholic World (en adelante CW) fue la única en advertir que españoles y cubanos habían «clamado al Dios de las batallas», pues sus diferencias eran de carácter político, no religioso[102]. Las críticas de The Catholic World contra España se centraban en tres aspectos: en primer lugar, la revista señaló que España necesitaba renovarse. La guerra era consideraba como la poda de un árbol «a fin de fortalecer su tronco»117. Segundo, que la guerra padecida por España era un castigo[103], una afirmación que la revista sustentaba en un complicado andamiaje de argumentos expresado así:

Si España fuese la clase de nación católica que se preciaba por representar, la Iglesia se habría impuesto. Como la Iglesia siempre está a favor de la paz, se habría evitado la guerra y habría ocurrido una restitución pacífica de los derechos del pueblo[104].

En el mismo editorial de CW se aludía al castigo inmisericorde padecido por el almirante Cervera y su escuadrón «al parecer infligido por una mano con poderes sobrehumanos».

La tercera y más repetida crítica contra España era el concubinato entre la Iglesia y el Estado,[105] que hacía del clero un empleado de este último.121 Este estado de cosas era condenado en los términos más fuertes posibles: «es indignante que se le haya permitido a España el prostituir la relación más sagrada de un pueblo para sus nefandos fines»[106].

CW les reconoció un rasgo positivo a los españoles del norte de España, probablemente asturianos o gallegos, calificándolos de «comerciantes entusiastas y hábiles competidores a quienes debemos respetar en el campo de los negocios»[107].

Los cubanos recibieron mejores calificaciones que los españoles en The Catholic World. Así fueron descritos en un agudo análisis de E. S. Houston:

Con el ardiente temperamento de su clima tropical, su disposición de un día soleado y corazón ligero y un amor innato por la luz y el color [los cubanos] valoran como más valiosas las espléndidas ceremonias de su Iglesia y sus frecuentes fiestas, que sus enseñanzas morales y religiosas[108].

Unas líneas más tarde, en el mismo artículo, los cubanos son llamados, «escrupulosamente generosos, caritativos con los pobres y hospitalarios con los extranjeros… pronto a registrar una injuria y violentos en su enfado, pero no importa lo que se haya dicho en contrario, no son aficionados a formas y maneras que sean oscuras»[109].Algunos políticos cubanos no se salvaron de las críticas de The Catholic World. De manera contraria a los deseos de la mayoría, que estaban «cansados de pelear y [deseaban] solamente la libertad para cultivar sus fincas y disfrutar algo de paz», estos políticos clamaron por la independencia a fin de obtener «su propio engrandecimiento»[110].

The Catholic World resumía en estos términos la madurez política de los cubanos: «si la fuerza de las armas [americanas] desapareciera, [los cubanos] pronto se estarían peleando entre ellos, y el resultado final de la isla, sería peor que el primero»127. Los filipinos fueron presentados en The Catholic World como un pueblo necesitado de un gobierno paternal hasta que se les enseñara el valerse por sí mismos y autogobernarse[111], pero contrariamente a una suposición frecuente, los filipinos no eran «salvajes recién salidos de la barbarie»[112], al contrario, habían mostrado ser un pueblo sensible y civilizado[113].

The Catholic World presentó el Destino Manifiesto de los Estados Unidos en términos bíblicos:

¡Oh gloriosa misión para la República de estos Estados

Unidos! Una y otra vez en la historia, el cetro pasa de Judá

y tribus que fueron escogidas como instrumentos divinos, se olvidan de este hecho y deambulan sobre la faz de la tierra[114].

Pero este Destino Manifiesto de los Estados Unidos se afirmaba con graves reservas. The Catholic World tuvo un cuidado especial de dejar claro «todos los recursos que el catolicismo encierra dentro sí mismo para la superación de la humanidad y su superioridad sobre el protestantismo»[115].

Una mirada más atenta revela el filo de la navaja que tuvo que caminar The Catholic World en todo este asunto de el Destino Manifiesto. Por un lado, tenía que evitar mostrarse tibia respecto de la doctrina de el Destino Manifiesto, pero por el otro, la revista de ninguna manera podía apoyar una alianza bélica de los pueblos anglosajones basada en el protestantismo. De ahí la aseveración de octubre de 1899 de que «ese acercamiento de los pueblos de habla inglesa se basa en la unidad de los mismos intereses y crece más y más, no porque es la idea de Chamberlain, sino porque no hay mayor vínculo de unión que aquel del lenguaje común»[116].

El secretario de Estado John Hay fue alabado por concebir la alianza angloamericana como nada más que «una unión de simpatías»134. Si algún día los Estados Unidos de América podían ser persuadidos de entrar en una alianza militar con Inglaterra, este acuerdo no sería aprobado por el pueblo americano «a no ser que excluyeran [del acuerdo] a los irlandeses, los alemanes y sus descendientes»[117].

Unos pocos párrafos después, The Catholic World afirmaba

«con nuestra genial inventiva y temperamento político, es obvio que el mejoramiento material sobrevendrá a todo territorio que toquen nuestras manos»[118]. Al comentar una visita de algunos profesores cubanos a Boston, The Catholic World ya los veía a su regreso a Cuba como celosos misioneros del espíritu ilustrado de los Estados Unidos entre los niños y su propio pueblo[119].

Otra limitación del Destino Manifiesto de los Estados Unidos era el debido respeto por los templos y expresiones religiosas de la gente conquistada, una medida que protegería el catolicismo.

The Messenger of the Sacred Heart (1898-1902)

El análisis más agudo publicado en The Messenger of the Sacred Heart (en adelante The Messenger o MSHJ) durante estos años provino de la pluma del padre Thomas E. Sherman, S.J., quien viajó a Puerto Rico en agosto de 1898:

España es un país de extremos terribles. La idiosincrasia de su gente se puede tipificar con la obra maestra de Cervantes. Para ellos el honor es «el sumo bien» [summum bonum], una especie de vanidad ostentosa que a duras penas merece ser ennoblecida con el título de orgullo es su pasión dominante. Su amor por España y todo lo español sobrepasa los límites de lo creíble. Sin embargo, ellos colocan a Dios en primer lugar y así poseen la suficiente gracia para reírse de sus locuras, aunque no tengan la más mínima idea de corregirlas y ni siquiera de admitir que existen[120].

Cualquiera que fuesen los juicios negativos de The Messenger sobre los españoles, ellos eran atemperados por la convicción de que los americanos conocían al español «solamente a partir de lo que los periódicos [lo representaban] ser y a partir de lo que sus notorios señores le habían forzado a hacer»[121]. Por eso, para The Messenger uno de los beneficios del conflicto hispano-americano sería el conocer mejor los talentos y limitaciones de un enemigo tan groseramente mal presentado por la prensa.

Detrás de los ataques contra España, The Messenger identificaba una ofensiva contra la Iglesia católica.

Hay algunos que atribuyen la decadencia de [España] a su catolicidad, sin caer en la cuenta de que cuando España ocupó el primer lugar en Europa, entonces era mucho más católica que ahora; qué digo, ¡era el país más católico del mundo![122]

A pesar de su defensa de la católica España, The Messenger se abstuvo de dibujar un cuadro dorado de Puerto Rico a partir de las descripciones del P. Sherman:

Aquí los españoles son católicos, algunas mujeres puertorriqueñas son católicas y los hombres son católicos legalmente, lo que quiere decir que están bautizados, casados y serán sepultados como católicos… La fe no está muerta, pero esta dormida. Cuando corrió el rumor de la invasión americana, muchos cientos de niños fueron llevados a la iglesia de Ponce para que fueran bautizados, pues la gente tenía la impresión de que esa era su última oportunidad, ya que la Iglesia pronto sería destruida por los invasores…

Respecto de los cubanos durante el período que estudiamos, The Messenger no los atacó abiertamente, sino que ofreció a sus lectores una mirada a la vida de uno de los sacerdotes cubanos más ilustres: el P. Félix Varela (1788-1853). El padre Varela ejerció su ministerio en los Estados Unidos durante los años 1823 a 1853 y en 1837 fue nombrado Vicario General de la diócesis de New York[123].

En septiembre de 1898, The Messenger dio a conocer otra característica del catolicismo cubano en un extenso artículo del Sr. M. Wilson sobre «El santuario de nuestra Señora de la Caridad del Cobre cerca de Santiago de Cuba». Wilson alabó las multitudes que peregrinaban hacia el santuario y advirtió con satisfacción que:

Existe un cristianísimo espíritu entre los católicos españoles y cualquier miserable mendigo puede abordar a la más encumbrada Señora en la iglesia y pedirle que le lea las oraciones para la Sagrada Comunión. Yo nunca he sabido de que esta petición de un mendigo haya sido denegada o recibida con altivez[124].

Finalmente, en los últimos días del 1898, The Messenger interpeló a los que hablaban «de manera ligera sobre la catolicidad» de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas, como si los católicos de los Estados Unidos solamente conocieran de esos países a «ejemplares de la peor calaña», empleando como evidencia una carta del arzobispo [sic] de La Habana.

The Messenger señalaba el lado positivo del catolicismo en esos países[125]. Más tarde, en noviembre de 1900, la revista citaba al arzobispo Placide Chapelle, quien se encontraba en las Filipinas evaluando la catolicidad de los filipinos: «esta es una nación católica y cualquier hecho indignante perpetrado contra sus sentimientos religiosos o cualquier actitud hostil contra la Iglesia del pueblo causaría un daño incalculable»144.

Según The Messenger el arzobispo Chapelle aprovechó para poner al gobierno americano en sobre aviso para que no repitiera el mismo error que Inglaterra cometió «contra Irlanda, o Rusia contra los polacos»145.

The Messenger defendió a los filipinos de la acusación de que no eran más que unos salvajes. En el editorial de la edición de septiembre de 1900[126] comparaba la actitud de algunos americanos hacia los filipinos con la disposición mostrada por muchos americanos hacia los pieles rojas, «mientras padecían su existencia»[127].

Con relación al debate principal referente a las Filipinas, el centrado en torno a la verdadera naturaleza del trabajo llevado a cabo por los frailes españoles, la revista jesuita, inteligentemente, se valió de testimonios originados fuera de los círculos católicos. En el editorial mencionado de septiembre del 1900, The Messenger citaba un artículo de F. F. Hilder publicado en The Forum en el mes de agosto de ese año. La fuerza de los argumentos se movía en esta dirección: «los filipinos [les debían] a esas hermandades religiosas toda la educación y civilización [por ellos adquirida]»[128].The Messenger se hizo eco de los sectores católicos en lucha contra el generalizado prejuicio protestante, según era percibido en círculos católicos. Concretamente, se trataba de excluir a los capellanes católicos de las tropas expedicionarias. Por ejemplo, en el editorial titulado «Abuso inoportuno» The Messenger comentaba una carta dirigida al New York Herald por unos de sus lectores, sorprendido al enterarse de dos ocasiones en las cuales la Marina de los Estados Unidos había empleado a capellanes católicos para tareas pastorales en sus barcos. El lector preguntaba «si era la regla general de la Marina el contratar romanistas [como capellanes]»[129].

Otro aspecto importante de la actividad editorial de The Messenger durante estos años concierne a los ataques de las publicaciones católicas a la llamada prensa amarilla, o simplemente el periodismo. A sus lectores se les recordaba que «un pueblo es inmensamente diferente de la forma en que aparece representado en los periódicos o por sus autoridades»[130]. The Messenger se quejaba de que los periódicos de la época viciaban la mente[131].

Sin lugar a dudas, el ataque más virulento de The Messenger contra la prensa apareció en el número de octubre de 1898. En un editorial titulado «Una prensa extrañamente incompetente», The Messenger disparaba todos sus cañones a esa prensa a la cual le tomó «tanto tiempo descubrir la verdadera situación en los campamentos y las embarcaciones» y concluía:

La guerra es una lección cara, pero sus males serán en alguna manera compensados si nuestra gente al menos aprendiera qué parte tuvo la prensa en imponérsela a la nación y que intenciones habrán tenido sus dueños para esconder, o por lo menos, no informar debidamente acerca de una situación que de seguro conocían[132].

Admitiendo la violencia de este ataque, hay que reconocer que fue el único que tomó esta dirección. En general, The Messenger of the Sacred Heart se puede decir que concentró sus energías en mostrar la verdadera naturaleza de los cubanos, de los filipinos, de los misioneros españoles y sus trabajos en medio de estos pueblos. Los comentarios negativos y avisos firmes la revista los usó contra los ultra celosos y sectarios cristianos [protestantes], que tenían ambiciosos designios evangélicos, y contra la prensa, que deformaba los temas que tocaba.

Ave María, The Catholic World y The Messenger, un resumen

El defensor más aguerrido de España, Ave María, consideró cualquier ataque contra los ibéricos como un insulto al catolicismo. En el otro extremo, The Catholic World señaló la necesidad que España tenía de reformarse; consideró la guerra como un castigo y, más importante, condenó el modelo español para las relaciones Iglesia-Estado como una indignante prostitución.

The Messenger, al igual que Ave María, etiquetó los ataques contra España como ataques contra la religión, pero señaló la superficialidad del catolicismo estilo español entre los habitantes de las islas, sin dejar de notar los aspectos culturales positivos que el catolicismo había traído a esos países. Ave María publicó la condena más fuerte contra los patriotas cubanos, «un grupo sin valor» que recibirían un trato diferente de los americanos desde que los conocieran mejor. Este ataque se suavizó un tanto cuando Ave María reconoció el catolicismo de algunos sectores cubanos. Por su parte, The Catholic World dibujó un cuadro idealizado de los cubanos, mientras reconocía la inevitable violencia que sobrevendría en Cuba luego del retiro de las tropas americanas. En lo que respecta a The Messenger, fue la única revista que atribuyó un carácter sustancial al catolicismo en Cuba.

Ave María se destacó como la única en publicar una larga lista de errores incriminadores cometidos por los Estados Unidos en el pasado. La lista iba encaminada a moderar los designios del Destino Manifiesto basados en una pretendida superioridad de los Estados Unidos, país que, sin reparar en ello, Ave María reconocía como protestante. Según Ave María, los Estados Unidos entraron en la guerra debido a que la prensa amarilla llevó a cabo una presentación distorsionada de España, idealizó a los cubanos y manipuló las pasiones de las masas despertando lo peor de los Estados Unidos.

The Catholic World apoyó el Destino Manifiesto de los Estados Unidos fortaleciendo sus argumentos con el tema bíblico de la elección, encontrando, con originalidad, una ocasión para que los católicos americanos desempeñaran un papel determinante en el Destino Manifiesto. Tal y como ha sido establecido en varios textos, esta convicción formaba parte de la agenda americanista y este era el tipo de catolicismo que querían establecer a lo ancho y largo de los territorios conquistados, extendiendo así más allá de los mares un conflicto que hacía estragos en la Iglesia católica de los Estados Unidos. Así lo afirmaba O’Connell al obispo John Ireland: «cuando España sea barrida de los mares, mucho de la maldad y estrechez de Europa se irán con ella y serán reemplazadas con la libertad y la apertura de [los Estados Unidos de] América»[133]. The Catholic World se aseguró de que este designio de expansión en el mundo no estuviera basado en una alianza anglo-protestante, sino en el lenguaje inglés y la voluntad divina.

The Messenger no era adverso al Destino Manifiesto, lo que criticaba era la desproporcionada presencia protestante entre los funcionarios coloniales. Lo que temía esta revista era la posibilidad de que se ejerciera una opresión religiosa en los nuevos territorios católicos adquiridos. The Messenger no recurría a los ataques vehementes de Ave María, pero en términos no menos firmes denunciaba los excesos del periodismo amarillo y hasta llegó a caracterizar la guerra como algo en lo que la prensa había tenido su no pequeña parte en imponer a la nación.

Las publicaciones discordantes fueron Ave María, y su defensa a ultranza de España, y The Catholic World, en su rechazo de la simbiosis española entre la Iglesia y el Estado, mientras le aseguraba un lugar al catolicismo americano bajo el sol del Destino Manifiesto. Un tema común a Ave María y The Messenger fue la condena de ambos a la prensa amarilla. Se entiende el silencio esperado y lógico de The Catholic World en este asunto.

Comparando las publicaciones protestantes y católicas

Al enjuiciar a España, tanto The Forum como Ave María se destacan por el papel que la religión desempeña en sus análisis. Ambas descuellan por la consistencia de su línea editorial. The North American Review, The Catholic World y The Messenger mostraron una aproximación más pragmática al pronunciarse en esta dirección: The Catholic World señaló que España fue una administradora incompetente. North America Review mostró lo inadecuado del Estado español y The Messenger indicó cómo España, en cierta medida, no logró en los territorios que colonizó una firme y duradera adhesión a los valores cristianos.

Tanto The Forum como Ave María presentaron una visión negativa de los cubanos y los mismo puede decirse de los filipinos. En el caso de The Forum, su crítica se basó en la raza y la herencia cultural. Ave María insistió en la oposición de cubanos y filipinos a la católica España, tal vez debido a la influencia de las doctrinas masónicas. The North American Review y The Catholic World idealizaron el carácter de los cubanos, su geografía y sus capacidades, mientras dejaban un espacio para otras opiniones contrarias. The Messenger pintó con ribetes dorados el catolicismo de los cubanos.

La corriente principal que se nota en las páginas de The Forum era favorable a la intervención en Cuba debido a un Destino Manifiesto racial, mientras que Ave María se oponía a este proyecto alegando razones religiosas. The North American Review y The Catholic World eran favorable al Destino

Manifiesto por motivos más prácticos: España había fracasado y los Estados Unidos podía ofrecer un mejor trato a estos países. The Messenger cualificaba el Destino Manifiesto con reservas religiosas.

Conclusiones

1.                La aparente unidad de opiniones de los católicos respecto de la guerra contra España, presentada por Doyle en su estudio, era solamente de carácter superficial y se manifestó en los inicios de la crisis en enero de 1898 y la guerra en abril de ese año. Esa unidad, tal y como Doyle señaló, provenía del temor a ser tildados de poco patrióticos. El objetivo de Doyle en su estudio y lo acertado de su selección de materiales han sido confirmados por nuestra pequeña investigación. Doyle intentó mostrar que entre los católicos existía un acuerdo respecto al pensamiento racial y la política exterior de los Estados Unidos. Ese acuerdo cruzaba las fronteras de los diversos grupos étnicos que componían el catolicismo americano de los finales del siglo XIX[134]. El consenso constatable entre los católicos norteamericanos sobre la tolerancia y apertura de los españoles en asuntos raciales, así como la conciencia del peligro que representaba para el catolicismo americano una alianza anglosajona basada en la raza, muestran a las claras que la tesis central de la obra de Doyle tenía fundamento. Sin embargo, con relación a la política exterior, nuestra limitada investigación ha puesto en evidencia diferencias significativas entre publicaciones como Ave María y The Catholic World. Mientras que Ave María se oponía a la guerra y encarnaba una lealtad a la católica España superior a la debida a los Estados Unidos, The Catholic World abiertamente condenaba el modelo español de catolicismo y vislumbraba un mejor futuro para el catolicismo cubano precisamente aplicando a Cuba el modelo americano. The Catholic World era partidario de una especie de Destino Manifiesto para el catolicismo americano.

2.                El análisis de Hofstadter sobre el temperamento nacional, que mostraba a los americanos tan susceptibles a la propaganda en pro de la guerra, tuvo el mérito de explicar aquel Destino Manifiesto agresivo que podía reclutar para sus fines la fuerza del racismo y de la religión. Nuestra investigación limitada concuerda con las tesis de Hofstadter, resumidas al presentar a los Estados Unidos en el siglo XIX, en la medida en que muestra a los americanos marchando resueltos hacia la guerra como una prueba de la vitalidad de la nación. Nuestro trabajo señala este hecho: la guerra no ocurrió como fruto de asuntos domésticos, sino como el desplazamiento de las frustraciones domésticas hacia la arena internacional, en la cual los Estados Unidos competían por ser vencedores en esa prueba de moralidad y solvencia física.

3.                Aunque la guerra no fue el resultado de factores domésticos americanos, los españoles, cubanos y filipinos y sus causas fueron interpretados a través de los lentes de preocupaciones domésticas, sus prejuicios y expectativas. Era imposible que ocurriese de otra manera. La guerra hispano-cubano-americana ocurrió en el momento en que los Estados Unidos de América se esforzaba por consolidar su identidad y por integrar una enorme multitud de inmigrantes. Por aquellos mismos días en que los Estados Unidos definían en qué consistía ser americano y qué papel la nación debía desempeñar en un mundo de ambiciosos imperios, la guerra fue interpretada como una oportunidad para la afirmación de la supremacía blanca, inglesa y protestante y su Destino Manifiesto.

La guerra contra España de 1898, último de los procesos independentistas de la América Latina, se convirtió en alguna de las publicaciones estudiadas, como The Forum, en un juicio final sobre la actuación de España en las Américas y su capacidad como un imperio inspirado por el catolicismo, un caso que enseñaba muchas lecciones al águila imperial americana, la cual apenas comenzaba a desplegar sus alas.

Un aspecto importante de nuestra investigación ha sido el descubrir cómo el minoritario sector católico de los Estados Unidos se sintió con la seguridad suficiente para expresar una opinión independiente con respecto a la guerra.

Luego de analizar tres publicaciones católicas durante los años de la guerra, podemos afirmar que The Catholic World le auguraba al catolicismo cubano un futuro positivo dentro de la esfera de influencia americana. The Messenger utilizó todos los recursos del sistema americano para enfatizar el derecho de los católicos a estar presentes e influenciar la agenda americana en su política exterior, concretamente la guerra contra España. Finalmente, de manera clara y neta, Ave Maria denunció y condenó todo designio imperialista anglosajón, no tanto con el miedo e inseguridad de tardíos y acomplejados advenedizos, sino con la seguridad y el peso de ciudadanos conservadores en sus opiniones religiosas y políticas.

Reconozcamos de nuevo que estas publicaciones católicas se distanciaron de la corriente principal de la cultura americana, pero disentimos de Doyle cuando sostenía que ellas tenían una manera común de ser diferentes[135].

Hasta el día de hoy, al estudiar el enfrentamiento entre los Estados Unidos y España en 1898, se ignora la lucha cubana por su independencia, que marca todo el siglo XIX y en la cual perecieron miles de ciudadanos,  y toda la atención se concentra en una «espléndida y pequeña guerra» de abril a agosto en 1898. Al hablar de esta contienda, no se menciona a los cubanos, se le llama «la guerra hispanoamericana». Este hecho nos alecciona: la supresión e ignorancia de las perspectivas, propósitos e identidades de las pequeñas naciones, como sucedió con Cuba en el período 1895-1902, no es un invento reciente de las super potencias durante la Guerra Fría, sino que fue la versión elaborada una vez más por los vencedores en sus relatos distorsionados sobre procesos históricos cruciales para el pueblo de Cuba.

Cada revista analizada en este ensayo expresó sus certezas sobre los cubanos y sus predicciones para su futuro a partir de fobias y filias. Un rasgo presente en todas las revistas analizadas es la firme convicción acerca de la validez de sus afirmaciones. No encontramos un solo ejemplo donde se examinen los lineamientos de otra posición respecto de Cuba o se sopese el valor de diversos argumentos. Todos son catálogos y lista de certezas. A lo sumo, se llegan a elaborar algunos interrogantes básicos, pero solo tienen un carácter retórico, adornos de un discurso, pues sus autores ya saben cómo responder correctamente a los interrogantes planteados.

A la hora de interpretar la guerra con España y sus posibles desenlaces, se escucharon muchas voces, pero casi ninguna era cubana. Las voces cubanas que de hecho se escucharon en las páginas analizadas eran las cercanas a los intereses norteamericanos, no creían en el futuro de una Cuba independiente y cifraban sus esperanzas en convertir a Cuba en otro estado de la Unión Americana. Tal y como sucedió con el nombre de la guerra hispanoamericana, la opinión de aquellos cubanos, quienes desde 1868 derramaban lágrimas, sudores y sangre, fue ignorada.

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[1] Según la famosa respuesta de Trotsky a los mencheviques.

[2] De las publicaciones mencionadas por Frank T. Reuter (1967) y David N. Doyle (1976) seleccioné estas revistas por su representatividad y porque la Biblioteca Woodstock poseía colecciones completas de estas publicaciones para los años estudiados. Espero que mi trabajo avale lo bien fundado de mi selección.

[3] A mitad del siglo XIX la revista había decaído. Fue Allen Thorndike Rice quien la rescató. La revista alcanzó los 17 000 suscriptores en 1889 y el pico de 76 000 ejemplares en 1891. En NAR escribieron figuras como el Cardenal Manning, J.A. Froude, Julia Ward y Wendell Phillips; véase John Tebbel, The American Magazine: A Compact History (New York: Harper and Row, 1969), 101. 5  Frank L. Mott, A History of American Magazines: 1885-1905; Volume IV

(Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press, 1957). “La revista no estuvo a la altura de sus posibilidades durante la guerra contra España, a pesar de que el imperialismo y la cuestión de Las Filipinas ocuparon un gran espacio en sus páginas. La revista TF nunca se destacó en el área de las relaciones internacionales”, Frank L. Mott, A History of, vol. IV..., 517.

[4] Tebbel, The American Magazine..., 131-32.

[5] Reuter, Catholic Influence, xi. Para conocer el impacto de la llamada «prensa amarilla» durante la guerra contra España, he leído con provecho, «Yellow Journalism and the War with Spain» de F. L. Mott,  American Journalism. A History of Newspapers in the United States through 260 Years: 1650 to 1950 (New York: The MacMillan Company, 1950, edición revisada) 519-545.

[6] Thomas, Cuba: The Pursuit ..., 188.

[7] Thomas, Cuba: The Pursuit ... las resume en la página 269.

[8] Ver Thomas, Cuba: The Pursuit ..., 271-309.

[9] Me apoyo en Thomas, Cuba: The Pursuit ..., 316-355.

[10] He desarrollado este tema en «El Dios reclutado: Testimonios españoles sobre el uso de la religión durante la guerra hispano-cubano–americana, 1895– 1898», Estudios Sociales 43, nº 162 (2020): 9-74. Para una visión más amplia, se pueden consultar con provecho dos obras de mi autoría: El clero cubano y la independencia: Las investigaciones de Francisco González del Valle (1881-1942) (Santo Domingo: Centro de Estudio Sociales,1993) y Entre la ideología y la compasión. guerra y paz en Cuba, 1895-1903.

[11] Hofstadter, «Cuba, the Philippines...», 248.

[12] Hofstadter, «Cuba, the Philippines...», 250-251.

[13] Hofstadter, «Cuba, the Philippines...», 252)

[14] Gerald Fogarty, The Vatican and the Americanist Crisis: Denis J.O. Connell, American Agent in Rome, 1895-1903 (Roma: Univesità Gregoriana Editrice,

[15] ), 34.

[16] Doyle, Irish Americans ..., 9.

[17] Doyle, Irish Americans ...,12.

[18] Doyle, Irish Americans ...,16, 18.

[19] Doyle, Irish Americans ..., 332.

[20] Doyle, Irish Americans ..., 332.

[21] Doyle, Irish Americans ..., 165-166.

[22] C. King, “Shall Cuba be Free?”, TF 20 (septiembre, 1895): 61.

[23] TF 21 (marzo de 1896): 281.

[24] TF 21 (marzo de 1896): 284.

[25] Henri Rochefort, «The United States and Cuba», TF 23 (abril de 1897): 155.

[26] H. C. Lodge, «Our blundering foreign policy», TF 21 , 284.

[27] TF H. Butler Clarke, «The Spanish government versus the nation», TF 27 (abril 1899): 167.

[28] TF 32, 66.

[29] Scarborough, W. S. «The negro and our new possessions», TF 31 (mayo 1901): 347.

[30] Scarborough, W. S. «The negro...», 348.

[31] J. B. Moore, «The question of Cuban belligerency», TF 21 (mayo 1896): 298, 299.

[32] El lamentable funcionamiento de las repúblicas latinoamericanas apareció en las páginas de The Forum varias veces durante los años 1898-1902, basten algunos ejemplos: TF 21, 299; 24, 121 y 32, 68.

[33] Moore, «The question...», 291.

[34] Edmond Wood, «Can Cubans govern Cuba?» TF 32 (agosto, 1901): 66.

[35] Wood, «Can Cubans govern...», 69-71.

[36]  A Cuban, «A plea for the annexation of Cuba», TF 30 (octubre 1900): 202214.

[37] A Cuban, «A plea...», 210, 213.

[38] TF 30 (diciembre, 1900): 436-441.

[39] Una crítica similar de los insurrectos cubanos proveniente de un hacendado compatriota apareció en esta pieza de Fernando A. Yznaga, “La destrucción arbitraria de la propiedad americana en Cuba” («The wanton destruction of American property in Cuba») TF 22, (enero 1897): 571-574, especialmente, 571.

[40] Un buen resumen de las ideas de José Ignacio Rodríguez en http://www.lajiribilla.co.cu/paraimprimir/nro46/1246_46_imp.html, consultado el 18 de enero, 2022. José Martí conoció a J. I. Rodríguez de niño y todavía en 1892 hablaba de él con afecto.

[41] TF, 20 (1895): 57.

[42] TF, 20 (1895): 125.

[43] Thomas G. Alvord Jr., «Is the Cuban people capable of self-government?» TF 24 (septiembre 1897): 123.

[44] Alvord Jr., «Is the Cuban people, 127. En TF 27 (1899): 677 se encuentra otra

[45]  Denby, «What shall we do...», 48.

[46] TF 29 (marzo, 1900): 408.

[47]  J. B. Moore, «The question of Cuban belligerency», TF 21 (mayo, 1896): 288-300.

[48]  Smith, Goldwin. «The moral of the Cuban war», TF 26 (noviembre, 1898): 282-293.

[49] TF 21 (mayo, 1896): 286.

[50] TF27 (marzo, 1899): 46.

[51] TF 19 (marzo, 1895): 17. H. C. Lodge, «Our blundering foreign policy», TF 19 (marzo, 1895): 17.

[52] TF 25 (julio, 1898); 651.

[53] Julian Hawthorne, «A side-issue of expansion» TF 27 (junio 1899): 444.

[54] . Mayo W. Hazeltine, «What shall be done about Cuba?» NAR, 163, nº 481 (diciembre, 1896): 738.

[55] Hazeltine, «What shall be done about Cuba? ...», 732-733.

[56] Hannis Taylor, «A review of the Cuban question in its economic, political and diplomatic aspects», NAR, 165, nº 492 (noviembre, 1897): 615. El lector encontrará acusaciones similares en NAR, 168, nº 510 y mayo de 1899, nº 565.

[57] Clara Barton, «Our work of observation in Cuba», NAR, 166, nº 498 (mayo 1898): 552-569. Clara Barton (1822-1912) sirvió a los heridos en la Guerra Civil de los Estados Unidos (1861-1865) y la Guerra Franco Prusiana (1870). En 1881 fundó la Cruz Roja en los EE. UU. Con 77 años visitó Cuba durante la guerra que había comenzado en 1895. Durante la Guerra Hispano-Cubano-Española, Clara Barton ejerció su labor humanitaria en bien de cubanos y estadounidenses muy cerca de los campos de batalla (ver https://www.spanamwar.com/Barton.htm consultado el 21 enero, 2022).

[58] José Martí y Máximo Gómez calificaron a algunos países de la América hispana, como «repúblicas teóricas» en el Manifiesto de Montecristi, firmado el 25 de marzo de 1985.

[59] Álvarez, Segundo (ex- alcalde de La Habana). «The situation in Cuba», NAR 161, nº 466 (septiembre, 1895): 364.

[60]  Hazeltine, «What shall be done about Cuba? ...».

[61] Hazeltine, «What shall be done about Cuba? ...», 320, 323.

[62] NAR 162, nº 472 (marzo, 1896): 380.

[63] NAR 166, nº 498 (mayo, 1898): 560.

[64] NAR 168, nº 506 (enero, 1899): 95.

[65] NAR 168, nº 510 (mayo 1899): 597. Para una evaluación positiva de los cubanos anterior a la del general Wood, ver Hazeltine, «What shall be done about Cuba? ...», 739.

[66] A Foreign Naval Officer, «Can the United States afford to fight Spain?», NAR 164, nº 483 (febrero 1897): 209 - 215.

[67] A Foreign Naval Officer, «Can the United States...», 210, 214-215.

[68] NAR 167, nº 503 (octubre 1898): 367.

[69]  Senador John T.Morgan, «What shall we do with the conquered Islands?» NAR 166, nº 499 (junio 1898): 649.

[70] NAR 167, nº 508 (marzo 1899): 311.

[71] Ibid., 315.

[72] Ibid.

[73] J. E. Runcie, «American misgovernment of Cuba», NAR 170, nº 519 (febrero, 1900): 293.

[74] J. E. Runcie, «American misgovernment...», 293-294.

[75] AM 46, nº 9 (mayo, 1898): 596.

[76] Específicamente mencionados en AM 44, nº 4 (1897): 115;  45 (1897): 184; 45 (1897): 470; 46 (1898): 820-821.

[77] AM 44 (1897): 85;  45 (1897): 248.

[78] AM 44 (1897): 87.

[79] AM 46 (mayo 21, 1898): 659.

[80] AM 46, 693.

[81] AM 47, 116.

[82] AM 47 (13 de agosto, 1898): 216.

[83] AM 48, nº 18, 462.

[84] Ibid.

[85] AM 51, nº 12 (septiembre, 22, 1900): 371. 98  Ibid.

[86] AM 47 (31 de diciembre, 1898): 855. El Dr. José Manuel Hernández, prestigioso historiador de temas cubanos y durante muchos años profesor de historia en Georgetown University, me refirió esta anécdota: le preguntaron al general Calixto García qué sería de la Iglesia católica en la Cuba independiente, a lo que el general respondió: «A mí me importa un carajo, lo que vaya a sucederle a la Iglesia católica de Cuba»

[87] AM 51, nº 3 (21 de julio, 1900): 85 - 86.

[88] AM 51, nº 6 (agosto, 1900); 182.

[89] AM 54, nº 14 (15 de abril, 1902): 440.

[90] AM 54, nº 24 (7 de julio, 1902): 729.

[91] AM 51, nº 1 (7 de julio, 1900): 23.

[92] AM 51, nº 15 (13 octubre, 1900): 470.

[93] AM 48, nº 18 (mayo de 1899): 724.

[94] AM 46 (junio de 1898): 790. 108  Ibid.

[95] AM 49, nº 6 (agosto, 1899): 182.

[96] AM 50, nº 1 (6 de enero, 1900): 25.

[97] AM 46 (28 de mayo, 1898): 722-723.

[98] AM 46 (28 de mayo, 1898): 722, 725. Puede verse también AM 47, nº 13 (9 de julio, 1898): 53 y  47, nº 17 (3 de septiembre, 1898): 314.

[99] AM 46: 278; 49: 375; 47: 600, en este número de AM se presentaba un juicio negativo de Aguinaldo, el patriota filipino.

[100] AM 50, nº 21 (26 de mayo del 1900): 663; AM 53, nº 7 (17 de agosto de 1901): 213.

[101] AM 51, nº 19 (10 de noviembre del 1900): 598, e Ibid., 22 de diciembre 1902.

[102] CW 62, nº 372 (marzo de 1896): 816. 117            CW 67, nº 401 (agosto de 1898): 715.

[103] En los Boletines eclesiásticos de España provenientes de 20 diócesis diferentes, durante los años 1895-1902 se vuelve una y otra vez sobre el tema del castigo de Dios contra España, el principal de todos los aducidos para interpretar la guerra contra los cubanos y eventualmente contra los norteamericanos.

Ver “El Dios reclutado...», 9-74 (véase n. 18).

[104] Ibid.

[105] CW 70, nº 419 (febrero de 1900): 715. 121           CW 68, nº 408 (marzo de 1899): 799.

[106] CW 70, nº 419 (febrero de 1900): 715.

[107] CW 69, nº 409 (abril de 1899): 73.

[108] E. S. Houston, «The Church in Cuba», CW 68, nº 408 (marzo de 1899): 799.

[109] Ibid., 800-801.

[110] CW 71, nº 426 (septiembre del 1900): 858. 127  Ibid.

[111] CW 68, nº 406 (enero de 1899): 284. El mismo tema de la necesidad filipina de un gobierno paternal apareció de nuevo en CW 75, nº 446 (mayo de 1902): 277.

[112] CW 70, nº 426 (noviembre del 1900): 284.

[113] CW 75, nº 446 (mayo de 1902): 277.

[114] CW 68, nº 405 (diciembre de 1899): 321.

[115] CW 71, nº 426 (septiembre de 1900): 859.

[116] CW 68, nº 403 (octubre de 1899): 136. 134  Ibid.

[117] CW 68, nº 403 (octubre de 1899): 136. Esta sería precisamente la tensión dentro de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial en la cual los americanos descendientes de irlandeses y alemanes se alineaban del lado de las potencias centrales contra Inglaterra.

[118] CW 68, nº 405 (diciembre de 1899): 320.

[119] CW 71, nº 426 (septiembre de 1900): 858.

[120] Thomas E. Sherman, S. J., «A month in Porto Rico», MSHJ 13, (diciembre, 1898): 1080.

[121] MSHJ 33 (6 de junio de 1898): 563.

[122] MSHJ 34 (4 de abril, 1899): 360.

[123] MSHJ 33 (7 de julio, 1898): 613-615.

[124] M. Wilson, «The shrine of Our Lady of Charity at El Cobre near Santiago de Cuba», MSHJ 13 (septiembre, 1898): 824.

[125] MSHJ 33 (12 de diciembre, 1898): 1139. 144  MSHJ 35 (11 de noviembre, 1900): 1063. 145  Ibid.

[126] MSHJ 35 (9 de septiembre, 1900): 869.

[127] Ibid.

[128] MSHJ 35 (9 de septiembre, 1900): 869.

[129] MSHJ 33 (5 de mayo de 1898): 463.

[130] MSHJ 33 (6 de junio de 1898): 854.

[131] MSHJ 33 (9 de septiembre, 1898): 854.

[132] MSHJ 33 (10 de octubre, 1898): 948.

[133] Las convicciones más importantes de este tema inmenso han sido tratadas por R. E. Curran, Michael Agustine Corrigan and the Shaping of Conservative Catholicism in America, 1878-1902 (New York, Arno Press, 1978), especialmente las páginas 486-489;  Fogarty, The Vatican and the Americanist Crisis..., 280 - 281. Ver también, T. T. McAvoy, The Great Crisis in American Catholic History, 1895-1900 (Chicago: H. Regnery, 1957).

[134] Doyle, Irish Americans ..., 18.

[135] Doyle, Irish Americans ..., 332.