Estudios Sociales

Año 55, Vol. XLVI, número 168

Julio-diciembre 2023

Anticolonialismo de los «sentimientos morales»: de Adam Smith a Ottobah Cugoano

Anti-colonialism of «moral feelings»: from Adam Smith to Ottobah Cugoano

Anti-colonialisme des «sentiments moraux»: d’Adam

Smith à Ottobah Cugoano

Pedro José Ortega*

* El Dr. Pedro José Ortega es investigador postdoctoral asociado al Instituto de Estudios Dominicanos de City College of New York (DSI-CUNY). Profesor adjunto del Programa de Estudios Latinoamericanos y Latinos de esta institución y profesor adscrito de la Escuela de Economía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) .

 También las ideas de Anthony Ashley Cooper (1671-1713), o tercer conde de Shaftesbury como se le conoció por su título, fueron relevantes para comprender la tensión argumentativa que subyacía en la mentalidad dieciochesca. Político práctico y pensador, consideró la moral y la religión instancias distintas e independientes. Según Audi, esta idea «condujo a un refinamiento general de las ideas del siglo XVIII sobre los sentimientos morales. Surgió una teoría del sentido moral según la cual los sentimientos son, en determinadas condiciones, percepciones de o constitutivas de lo correcto y lo incorrecto» e influyó en las obras de Hutcheson y de Hume. Ver Robert Audi, The Cambridge Dictionary of Philosophy (Cambridge: Cambridge University Press, 1995), 839.

Correo electrónico: pjortega@ccny.cuny.edu

ORCID: 0000-0002-0346-1908

Resumen

Este escrito persigue introducir al lector a uno de los principales fundamentos del sistema capitalista en el siglo XVIII: la noción de sentimiento moral. Se abordan la obra de Adam Smith Teoría de los sentimientos morales, de 1759, y la de Ottobah Cugoano Pensamientos y sentimientos sobre el mal de la esclavitud, de 1787. Se muestra que las concepciones de estos pensadores han dado expresión a dos tendencias irreconciliables entre sí: las del liberalismo económico y el utilitarismo, de un lado, y las convivialistas, anticolonialistas y decoloniales, de otro. Frente a la obra de Smith, la de Cugoano nos lleva a plantear una filosofía de los sentimientos que apunta a un tipo de cooperación altruista, y a un tipo de relación entre humanos basada en la dignidad y el reconocimiento del otro.

Palabras claves: sentimiento moral, Adam Smith, Ottobah Cugoano, capitalismo, siglo dieciocho.

Abstract

This writing seeks to introduce the reader to one of the fundamental elements of the capitalist system in the eighteenth century: the notion of moral sentiment. The books Theory of Moral Sentiments, of Adam Smith, from 1759, as well Thoughts and Sentiment on the Evil of Slavery, from 1787, of Ottobah Cugoano, show us two irreconcilable trends: the economic liberalism and the utilitarianism, on the one hand, and convivialists, anticolonialist and decolonial currents, on the other. In comparison to Smith’s work, Cugoano’s opens the way to a new philosophy of sentiment that stated a sort of altruistic cooperation, and a sort of relationship between humans, based on dignity and recognition of the other.

Keywords: moral sentiment, Adam Smith, Ottobah Cugoano, capitalism, eighteen centuries.

Résumé

Cet écrit vise à introduire le lecteur à l’un des principaux fondements du système capitaliste au XVIIIe siècle: la notion de sentiment moral. On discute de la Théorie des sentiments moraux d’Adam Smith, de 1759, et des Pensées et sentiments d’Ottobah Cugoano sur le mal de l’esclavage, de 1787. On montre que les conceptions de ces penseurs ont exprimé deux tendances inconciliables entre le oui: celles du du libéralisme et de l’utilitarisme, d’une part, et ceux du convivialisme, des anticolonialistes et du décolonialisme, d’autre part. Face aux travaux de Smith, ceux de Cugoano nous amènent à proposer une philosophie des sentiments qui pointe vers un type de coopération altruiste, et un type de relation entre humains dans laquelle la dignité et la reconnaissance de l’autre.

Mots-clés: sentiment moral, Adam Smith, Ottobah Cugoano, capitalisme, XVIIIe siècle.


La noción de sentimiento

El rastro de la noción de sentimiento podemos encontrarla en múltiples corrientes de pensamiento y autores, desde la antigüedad hasta nuestro tiempo. Sin embargo, es durante el siglo XVIII cuando esta adquiere mayor relieve unida a los problemas de la filosofía moral, el arte, la teología, la religión y las relaciones sociales, especialmente económicas y políticas.

En esta etapa, una figura central en la elaboración de la teoría filosófica basada en los sentimientos fue David Hume (171176), quien entendía que la dimensión práctica de los comportamientos morales se deriva de los sentimientos o del sentido moral, como también le llamó. La «empatía» es el atributo que rige las relaciones humanas al permitir a los individuos evaluar y asumir determinados comportamientos como moralmente válidos a partir del interés individual y de las condiciones en las cuales se produce el intercambio entre humanos. Conceptos como sentimiento, sentido moral y empatía fueron esenciales para la construcción de una nueva filosofía o teoría sobre el conocimiento, además de que sirvieron como fundamento a la comprensión del sistema mercantil capitalista del siglo XVIII. Esa extensión sistémica otorgada a estas nociones dio carácter, entre otros conceptos y antecedentes teóricos, a la corriente de pensamiento denominada empirismo inglés.

Francis Hutcheson (1694-1746) fue otro de los pensadores más influyentes de aquella época al otorgar relevancia a los sentimientos para entender los asuntos de la moral. Contrario a las ideas de Hume, confesado ateo, Hutcheson escribió su obra al amparo de la fe cristiana. Ambos fueron duramente criticados por sus posiciones políticas y espirituales extremas [1]. Pero a pesar de sus diferencias en cuanto a sus presupuestos mundanos o religiosos, ambos influyeron decisivamente en Adam Smith (1723-1790), filósofo de la moral cuya teoría de los sentimientos nos interesa: Hutcheson fue su profesor en la Universidad de Glasgow y podría afirmarse que el tratado de Smith sobre los sentimientos morales fue una respuesta a las ideas de su maestro. Hume fue amigo y, podría argüirse, también fue mentor intelectual del liberalismo económico y del empirismo práctico de Smith, fundamentos con los que construyó su economía política sobre el industrialismo capitalista de su tiempo.

En síntesis, la búsqueda de un fundamento epistemológico asentado en los sentimientos, las sensaciones, las percepciones, la empatía y el sentido moral fue extendida en el pensamiento del siglo XVIII. Tal vez podríamos acusar de «sentimentalismo» a esta penetrante influencia de la dimensión sensible de la experiencia en el conocimiento de las relaciones humanas.

No sorprende entonces que Quobna Ottobah Cugoano también concuerde en usar los vocablos «sentimiento» y «pensamiento», presentes desde el título de su obra, para expresar su comprensión esencial sobre el comercio de esclavos y sobre el esclavismo. Sin embargo, no se puede juzgar a Ottobah Cugoano (1757- después de 1791) con la misma vara que a Hutcheson y Hume[2]. La de estos concuerda con lo que hoy llamamos explícitamente filosofía moral (Hutcheson), teoría del conocimiento (Hume) o economía política (Smith)[3]. El escrito de Cugoano no responde a un género tradicional en específico. Pareciera una extensa carta conminatoria, cuya composición global se acerca más al ensayo, aunque sus oraciones adquieran frecuentemente la forma del verso bíblico que en ocasiones tiende a ser profético y en otras de admonición. Todos los recursos empleados llevan a comunicar un único proyecto: la erradicación del comercio con esclavos y la esclavitud. El valor del escrito se revela en una amplia variedad de recursos de escritura sustentados por su sentido universal de libertad, de reconciliación y esperanza, que fundamentan el dictamen conminatorio de sus argumentos. A veces son alegorías, aliteraciones, metáforas. Son frecuentes las exclamaciones unidas a referentes bíblicos ―especialmente del Antiguo Testamento―. Pocas veces tiende al temperamento especulativo de la filosofía moral de entonces, pero de sus ideas se desprenden los indicios de una filosofía emancipatoria.

Contrario a estas connotaciones, la crítica de Henri Grégoire (1750-1831) resalta la ausencia de método en la obra de Cugoano[4]. Y según sugiere Vincent Carretta en su introducción a la obra del pensador africano, publicada por la editorial Penguin, los manuscritos originales de Cugoano no estaban suficientemente «pulidos» en términos editoriales, pero sitúa el estilo de la obra en «las tradiciones homiléticas orales y cristianas africanas» y afirma que es parecido al tipo de «sermón político» que encontramos en el libro de Jeremías, «quien denunció los pecados de la comunidad hebrea y advirtió la condenación divina por el mal comportamiento de su pueblo»5.

El ambiente social del sentimentalismo en el siglo XVIII

En síntesis, mientras la obra de Cugoano se coloca dentro de la lucha anticolonialista de los dos últimos cuartos del siglo XVIII, conjuntamente con otros nombres recordados por la historia, como los de Ignatius Sancho, John Marrant y Olaudah Equiano (Gustavus Vassa)6, la obra de Smith se posiciona en contra de las doctrinas mercantilistas y en defensa de los intereses de la clase burguesa, con la que nacía el capitalismo de la mano de la Primera Revolución Industrial y se redefinía el imperialismo colonialista moderno.

Por esto, la noción de «sentimiento» nunca estuvo tan unida —como lo estaría a partir de este tiempo— a los principios del sistema capitalista, donde las relaciones humanas quedan intrínsecamente determinadas por el dinero y el estatus social que este otorga.

siempre tiene miedo de no haber dicho lo suficiente, de no ser suficientemente comprendido. Vemos talentos sin cultivos a los que una buena educación habría dado grandes avances», xxii, traducción propia.

5                  Vincent Carretta, introducción a Thoughts and Sentiments of the Evil of the Slavery, de Quobna Ottobah Cugoano (New York: Penguin Books, 1999), xxii-xxiii.

6                  Otros nombres que aparecen escribiéndose cartas con Cugoano son los de Thomas Cooper, George Robert Mandeville, Juan Cristóbal (Thomas Jones), Yahne Aelane (Joseph Sanders), Broughwar Jogensmel (Jasper Goree), Cojoh Ammere (George Williams), William Griego (George Mandeville) y Bernard

Elliot Griffiths.

A partir de este tiempo, y apoyada en este principio, nace y se consolida la burguesía: una clase social que ahora se sostiene gracias a la acumulación material y a la capacidad de agencia del dinero sobre los medios de producción[5]. Y dotada de este poder objetivador, o creador de realidades sociales, esta clase inventó sus propias fuentes y funciones alrededor de lo que vendría a ser el Estado moderno, adquiriendo supremacía frente a las instancias que sostenían las antiguas clases sociales, como la sucesión patriarcal, los títulos nobiliarios y de nobleza, la posesión de tierras o la predeterminación de una instancia divina, suprahumana o trascendente que otorgue poder a un individuo o grupo social sobre otros. Esta clase social hace del poder económico el medio para extender su poder hacia todas las esferas de la acción humana: desde el Estado y las instituciones sociales, la producción de normas civiles y de convivencia, la creación de los derechos y la explicación regente sobre cómo se produce el conocimiento (o «teoría del conocimiento»)[6].

Para caracterizar el contexto en el que nacen nuestras concepciones sobre los sentimientos morales, debemos recordar varios hechos significativos:

a) Por este tiempo comienzan a cobrar cuerpo teórico las cien-cias sociales, cuyas primeras intuiciones germinaban desde el siglo XV bajo el influjo político y cultural del Reino Unido y Francia, de la expansión colonial occidental, el esclavismo y el comercio de esclavos.

b) Mercantilistas y fisiócratas confrontan ideas para redefinir la función que debía ejercer el Estado en el comercio local e internacional, donde los primeros sugerían el intervencionismo bajo la creencia de que la acumulación de tesoros, metales preciosos y recursos enriquecía al Estado, mientras los segundos se inclinaban a la libertad económica, como son los casos de Pierre Samuel du Pont de Nemours, François Quesnay y posteriormente Smith, en cuya doctrina se consolidó esta concepción en defensa del desarrollo capitalista.

c) Empiristas y racionalistas tienden a encontrar su sínte-sis en lo que más tarde sería la Ilustración: un movimiento cultural e intelectual caracterizado por su inclinación a la ciencia como única vía de acceso al conocimiento de la naturaleza y los seres humanos, por la visión universalista con la que definió el mundo a partir de sus propios términos, y por ignorar o exaltar la expansión colonial como parte de una misión civilizadora[7].

d) La consolidación de la autonomía política del Estado o separación constitucional entre el poder religioso y el poder político, algo sugerido por Montesquieu en El espíritu de las leyes (1748), dando esta propiedad forma definitiva al desarrollo del Estado tal como es conocido hoy[8].

e) Y, como resultado de lo anteriormente enumerado, esa expansión colonial crea, de un lado, una nueva «geopolítica del poder colonial» destinada a demarcar y legalizar fronteras territoriales de acuerdo con los intereses de los países colonialistas de Europa[9] y, de otro lado, un nuevo «patrón de poder colonial» basado en la raza, un patrón hegemónico, universalista y eurocéntrico[10].

Para entonces, entre mediados y finales del siglo XVIII, Inglaterra era la sociedad dualizada por su visible impulso industrial y su ventajosa posición sobre gran parte del comercio europeo de esclavos. Según establece Carretta13, en Inglaterra había cerca de 15 000 negros bajo condición de esclavos, que para otros rondaban entre 14 y 20 mil, equivalentes a un 0.2% de la población nacional, y en Londres eran cerca del 2%. El autor nos da una radiografía de la magnitud del comercio de esclavos y de la esclavitud al contrastar estas cifras con el casi medio millón de esclavos negros que habitaban en América del Norte, cerca del 20% de la población total, y los casi 500 mil radicados en las Indias Occidentales británicas, que representaban más del 90% de la población. Ofrezco estas cifras porque, aun cuando pueden ser tomadas de forma provisional, no están lejos de las aportadas por varios historiógrafos, además de que ayudan a imaginar la importante relación que tuvo el comercio de esclavos con la explotación humana y natural de los territorios colonizados, y con el desarrollo capitalista a lo largo de aquella etapa industrialista que identificamos en el siglo XVIII inglés y europeo[11].

Dos caminos paralelos

Es en medio de este panorama de hechos y transformaciones que surgen las concepciones de Smith y Cugoano sobre la sociedad en que vivieron. Ambas concepciones se desplazan hacia nuestro tiempo, la de Smith dando expresión a perspectivas e interpretaciones utilitaristas y la de Cugoano a perspectivas e interpretaciones anticolonialistas, decoloniales o convivialistas. Como se ha dicho antes, la primera de estas estuvo ligada a la filosofía moral predominante en Inglaterra y se expuso en la obra Teoría de los sentimientos morales, de 175915. Encuentra su más amplia expresión teórica en La riqueza de las naciones, libro publicado en 1776. La segunda se expuso en 1787, 28 años después, en la obra Pensamientos y sentimientos sobre el mal de la esclavitud16.

Las obras de Smith y de Cugoano revelan así dos ideales de libertad, dos utopías de la libertad: el ideal burgués y el ideal del oprimido, subalterno; el ideal del comercio y el ideal de la cooperación; el ideal de la libertad individual frente al poder

ante un tribunal de justicia si Stewart podía obligarlo o no a retornar. Cugoano elogia en su obra el conocido caso del Tribunal Supremo Mansfield y estuvo familiarizado con el caso Somerset versus Stewart. Ver Cugoano, Thoughts and Sentiments.... Algunos hechos extrajurídicos impactan positivamente en el movimiento anticolonialista: uno de ellos es la Revolución haitiana, que inicia en 1791 y que concluye en 1904 con la declaración de la primera nación libre de esclavitud. Asimismo, la Revolución francesa, que inicia en 1789 y termina en 1799, sienta las bases que dan fin al antiguo régimen feudal y al absolutismo e, hija de su tiempo, consolida el poder de la burguesía.

15                Adam Smith, Teoría de los sentimientos morales (1759), trad. de Edmundo O’Gorman (México: Fondo de Cultura Económica, 1941).

16                He tomado la versión de la editorial Penguin, de 1999, con introducción y notas de Vincent Carretta. Reproduce la edición publicada por el autor en 1787 bajo el título Thoughts and Sentiments on the Evil and Wicked Traffic of the Slavery and Commerce of the Human Species. También recoge variantes de la obra difundidas por el autor y parte de su epistolario que ha sido conservado. El texto también fue publicado en francés en 2009 por la editorial francófona Flammarion, con presentación y notas de Jean-Paul Douget. Además de los originales, estas ediciones en francés e inglés han sido de utilidad en el desarrollo de este escrito. Los fragmentos anotados en español son traducciones de trabajo propias.

coercitivo del Estado y el ideal de la libertad universal frente al poder coercitivo del hombre sobre el hombre.

El ideal de Smith aparece como uno de los pilares de la teoría política liberal utilitarista instalada en el Estado moderno, y su concepto de cooperación, mediatizado por el intercambio monetario, establece la forma de organización social de tipo capitalista. Basta encontrar en el primer párrafo de La riqueza de las naciones la tesis que pugna por la división del trabajo como pilar del enriquecimiento de los Estados mercantiles de su tiempo[12]. Igualmente, su concepto de empatía presupone un tipo de cooperación objetivada en la actividad mercantil, mediatizada por el dinero. Parafraseándolo, diría: «los hombres están destinados a cooperar entre sí para poder vivir […] necesitan solventar sus necesidades inmediatas mediante el intercambio de bienes».

A primera vista, esta premisa nos parece tan fundamental para la vida humana como es simple y evidente. Sin embargo, llevada al plano más abarcador del sistema capitalista vigente revela la esencia del utilitarismo contemporáneo, que sienta la base para la creación de una sociedad basada en la relación precio-beneficio de todo lo que nos rodea. Inclusive, el cuerpo y la conciencia adquieren la forma rudimentaria de la ecuación matemática a partir de dicha premisa. Leamos un breve fragmento sobre lo que Smith concibe como cooperación:

El hombre, en cambio, está casi permanentemente necesitado de la ayuda de sus semejantes, y le resultará inútil esperarla exclusivamente de su benevolencia. Es más probable que la consiga si puede dirigir en su favor el propio interés de los demás, y mostrarles que el actuar según él demanda redundará en beneficio de ellos. Esto es lo que propone cualquiera que ofrece a otro un trato. Todo trato es: dame esto que deseo y obtendrás esto otro que deseas tú; y de esta manera conseguimos mutuamente la mayor parte de los bienes que necesitamos. No es la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero lo que nos procura nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio. No nos dirigimos a su humanidad, sino a su propio interés, y jamás les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas[13].

Vista así, la cooperación de tipo utilitarista no está vacía de sentimiento. Sin embargo, el sentimiento utilitarista se nos representa ajeno a los individuos que cooperan y determinado por el papel que estos juegan en el mercado.

A partir de este concepto de cooperación es posible entonces hablar de la universalidad del interés individual sobre el bien colectivo. La sociedad capitalista moderna es la mejor representación de esta tensión entre las esferas colectiva e individual de la vida: el individuo está obligado a buscar la felicidad mediante estrategias de cooperación cuya finalidad raras veces coinciden con objetivos sociales o comunitarios. De hecho, los objetivos individuales son elegidos sin consentir los sociales, pues es el mercado y no exactamente el imperativo social la instancia que establece jerarquías y prioridades. La acción dominante que lleva a «ensamblar», usando el término de Deleuze y Guattari[14],  ambas esferas escindidas de la vida, la individual y la social, es el valor otorgado por el dinero a los bienes compartidos. Para entender el significado de esta dramática escisión, basta imaginar la muchedumbre de individuos que invierten sus vidas en labores que, en sí mismas, no les generan felicidad ni sentido de autorrealización. La felicidad aflora, así, como objetivo sucedáneo y no intrínseco del hecho de ejercer un trabajo u oficio. Y es porque la finalidad social y la individual en esto se encuentran unidas, pues ambas, en cuanto a esto, se han reducido a la mera acción de producir eficientemente valor y utilidad.

Esta escisión puede evidenciarse en los argumentos germinales de Smith, expuestos en Teoría de los sentimientos morales.

El texto, de indudables aportes a la filosofía moral de su tiempo, propone una concepción universalista del sentimiento, ignorando sujetos sociales específicos. Por ejemplo, el siervo, el obrero, el esclavo y la mujer no pertenecen al universo referencial de la obra. El vocablo «hombre» por lo general hace referencia al género humano. A veces nos remite a la imagen del «prójimo», lo que nos hace pensar en una teoría sentimentalista ágape, amical, convivialista, como la encontraríamos mucho tiempo después en los trabajos de Marcel Mauss, pero los ejemplos que ofrece el autor nos transportan casi siempre a encuentros, tertulias y problemas mundanos de la sociedad burguesa de su tiempo. El «amigo» remite al entorno estrecho de desarrollo de la empatía mediatizada por el intercambio de bienes necesarios[15]. El obrero de las fábricas auspiciadas por la naciente industria capitalista encontrará su explicación más extensa en La riqueza de las naciones. Y aparece casi siempre en el marco de sus argumentos sobre las ventajas del nuevo tipo de producción, basada en la división del trabajo.

Así pues, la teoría de los sentimientos morales reduce la esfera de su concepción sobre la empatía, los sentimientos y la cooperación al estrecho círculo de la naciente burguesía de entonces, al igual que a la estrecha extensión conceptual de lo que el autor denomina «sentido moral». Las instancias antes citadas se convierten en objetos de utilidad para el nuevo sistema económico, antes que en sujetos de la empatía que su modelo filosófico invoca[16]. Basta resumir la inclinación manifestada por el economista escocés hacia la empresa colonizadora, sin reparar en el esclavismo, la servidumbre y la violencia humana que la hacían posible. Tomemos este fragmento sobre el Perú, donde el trabajo en las minas era la muerte: 

Desde el descubrimiento de América el mercado para la producción de sus minas de plata se ha vuelto cada vez más amplio. En primer lugar, el mercado europeo se ha extendido paulatinamente. Desde el descubrimiento de América, la mayor parte de Europa ha progresado notablemente. Inglaterra, Holanda, Francia, Alemania, e incluso Suecia, Dinamarca y Rusia han avanzado apreciablemente tanto en agricultura como en industria. Italia no parece haber retrocedido. La decadencia italiana es anterior a la conquista del Perú: desde entonces se ha recuperado un poco. Se supone que España y Portugal sí han retrocedido. Pero Portugal es una parte muy pequeña de Europa y el declive de España no es tan agudo como generalmente se cree[17].

En oposición, la obra de Cugoano presupone una perspectiva de las relaciones humanas no mediatizadas por objeto alguno. Cugoano no piensa en el dinero o en mercancías como objeto de intercambio o de mediatización de las relaciones humanas. Sus ideas nacen del sufrimiento y la resistencia ante la esclavitud. Se trata de un africano del pueblo de los fante (territorio que luego se convertirá en Ghana); esclavo en Inglaterra, adquiere la libertad, se educa y se suma a la lucha anticolonialista apoyando reclamos públicos y escribiendo.

En este momento deseo reseñar dos aspectos sobre los cuales no guardo registro de otros críticos. Leamos este fragmento:

La parte que el Gobierno británico ha tomado, para cooperar con ellos, tiene ciertamente una apariencia halagadora y loable de hacer algo bueno; y el equipamiento de barcos para abastecer a una compañía de negros con ropa y provisiones, y llevarlos a establecerse en Sierra Leona, en la costa oeste de África, como una colonia libre de Gran Bretaña, en una alianza pacífica con los habitantes, tiene toda apariencia de honor y la aprobación de amigos. De acuerdo con el plan, la humanidad ha hecho su aparición en una forma más honorable de colonización que la que cualquier nación cristiana ha hecho antes, y puede ser productiva de mucho bien si continúan alentándolos y apoyándolos. Pero, después de todo, hay algunas dudas sobre si su propia expectativa halagadora en la forma que se les expuso y la esperanza de sus amigos no pueden ser derrotadas y abortadas; y hay alguna razón para temer que nunca se resolverán como se pretendía, de manera permanente y pacífica en Sierra Leona[18].

En primer lugar, Cugoano no se plantea la libertad de comercio frente al Estado, sino la libertad plena. Se trata de una libertad para sospechar del poder establecido y, a partir de esta sospecha, delatar el mal, condenarlo. Una sospecha que invita a la desobediencia civil para desmontar el estatuto de poder del hombre sobre el hombre[19]. Una sospecha que adquiere actitud estratégica y no únicamente alegórica. No se trata de un mero recurso literario, sino de un método para abordar la realidad social de su tiempo: la sospecha es así forma de lucha y de resistencia.

En segundo lugar, aflora en el texto su concepto de «humanidad». «La humanidad ha hecho su aparición», dice el autor, que la aprecia como un don universal, como una propiedad que puede llegar a ser de todos los humanos; un bien compartido mediante cooperación y no una simple cualidad particular, transferible a otros mediante títulos nobiliarios, riqueza o alguna clase de portento adquirido.

Añado a este fragmento otro en el que Cugoano alude a uno de los defensores de la causa abolicionista. El texto reafirma su sentido universal de la igualdad entre los humanos, dada a partir de la erradicación de la esclavitud.

Esa parte que ha sido tomada últimamente por el generoso senador William Wilberforce para cooperar con el Parlamento británico, en nombre de los africanos oprimidos, y muchos otros caballeros, que se han unido a él en sentimientos, en nombre de nuestros sables heridos, de África, muestra las amables intenciones de esa augusta y muy venerada asamblea; nosotros, como parte de los que sufren, no podemos sino descansar con la más fuerte confianza, y esperar que el fin de tan loables esfuerzos sea la abolición total de ese horrible tráfico, tan practicado durante tanto tiempo. En esto, así como en muchos otros aspectos, hay una clase de personas cuyas virtudes de probidad y humanidad son bien conocidas, y dignas de aprobación e imitación universal, porque, al igual que otros hombres de honor y humanidad, han acordado conjuntamente no llevar a cabo esclavitud ni barbarie salvaje entre ellos; y, desde la última guerra, se ha obtenido cierta mitigación de la esclavitud en algunos distritos respectivos de Estados Unidos, aunque no en proporción a sus propias reivindicaciones de libertad. Pero es de esperar que todavía continúen haciendo una reforma adicional y mayor[20].

Cugoano despierta, unido a muchos otros abolicionista y defensores de la erradicación del comercio de esclavos, una nueva conciencia sobre la raza en las relaciones sociales. Esta sensibilidad comienza a proliferar, entre otros hechos, con la Revolución haitiana y con la difusión en los Estados Unidos de obras y panfletos políticos que son ejemplos de profundidad social y filosófica (como la obra Incidents in the Life of a Slave Girl, de Harriet Jacobs, de 1861). Les siguen, en el siglo XX, el despertar de la música negra (especialmente el jazz), la poesía negra, las artes plásticas negras, los movimientos sociales que pugnaron por universalizar los derechos civiles, hasta que tal vivacidad, tal impulso humano de liberación, comienza a cobrar amplitud teórica en geografías diversas. Por ejemplo, en la obra José Carlos Mariátegui en el Perú; en las resonancias implícitas de este ideal emancipatorio en pensadores de África (como Léopold Sédar Senghor), del Caribe francófono (como Frantz Fanon, Aimé Césaire, Édouard Glissant, que fueron defensores del reconocimiento universal de las especificidades regionales), y del Caribe anglófono (como Marcus Garvey, Cyril Lionel Robert James, Eric Williams y Walter Rodney), todos los cuales son indispensables al pensar la emancipación racial.

Reflexiones finales

En resumen, las concepciones de Adam Smith y de Quobna Ottobah Cugoano se desplazan hacia nuestro tiempo dando expresión a «epistemologías utilitaristas», de un lado, y «epistemologías convivialistas, anticolonialistas y decoloniales», de otro. Ambas exponen las formas ideales de un camino hacia la felicidad, de una estética de las relaciones entre los humanos. Toman las mismas armas como punto de partida: el lenguaje, la argumentación propia de la filosofía, la cultura y la literatura, así como de ciertos principios espirituales y religiosos marcados por el cristianismo. Ambas defienden un concepto de libertad, bajo el entendido de que este constituye el valor supremo de la sociedad y del ser humano. Ambas, de forma explícita (Smith) o implícita (Cugoano), parten de un concepto de empatía que ayuda a expresar la poderosa función del sentimiento moral y la forma en que este se manifiesta. A partir de esto, ambas presuponen la cooperación entre humanos como un rasgo esencial de la economía, tanto desde el punto de vista subjetivo (valoraciones sociales sobre el cuerpo y las emociones) como objetivo (el valor social del cuerpo y de las emociones).

Cugoano, en cambio, alude al sistema comercial de esclavos y al esclavismo que elude Smith, mientras este combate las doctrinas mercantilistas y las restricciones impuestas por el Estado al sistema comercial de su tiempo, no abordadas por Cugoano. Aunque vivieron en paralelo la Inglaterra de mediados del siglo XVIII, no hay noticias de que se conocieran en persona. Tal vez sí supieron el uno del otro a través o a partir de las resonancias lejanas de sus acciones o de sus obras. Aunque sus estratos sociales diferían sustancialmente, eran hombres estrechamente unidos al cambio que experimentaba su época.

Sus teorías entonces presuponen, como se ha dicho antes, dos grandes narrativas: burguesa la de Smith y subalterna y emancipatoria la de Cugoano.

Así pues,  la Teoría de los sentimientos morales, de Smith, encuentra tres fuentes principales: su crítica al concepto de «sentimiento moral» expuesto por el filósofo y moralista Francis Hutcheson en obras como Una investigación sobre el origen de nuestra idea de virtud y Ensayo sobre la naturaleza y el desarrollo de las pasiones y los afectos, con ilustraciones del sentido moral [21]; la influencia recibida de la corriente filosófica empirista, de la mano de su amigo y mentor David Hume[22][23], y la necesidad de crear un marco teórico coherente e integral de las ideas fisiocráticas en contra de las doctrinas mercantilistas.

Estos tres motivos esenciales impulsan las ideas de Smith y, sobre todo, caracterizan el fundamento burgués del sistema industrialista y capitalista que por aquel tiempo comenzó a desplazar definitivamente el antiguo régimen feudal en la producción agrícola, la servidumbre y el trabajo artesanal. Lo repito: a) la defensa del concepto de sentimiento moral y de empatía («moral sentiment» y «sympathy») como base de la cooperación entre humanos, en contra del concepto de «sentido moral» («moral sense»); b) la defensa del método científico implícito en la premisa de que el conocimiento se construye a partir de la experiencia, y c) la defensa de la libertad de comercio y del interés individual en contra de la intervención del Estados en la economía.

Con la crítica a las ideas de Hutcheson sobre el «sentido moral» se ataca el andamiaje teórico desde donde el moralista se oponía al «interés individual», a la «propiedad privada» y al «absolutismo político» defendido por Thomas Hobbes. Si aquel considera una aberración defender la riqueza y la suntuosidad como parte de una concepción sentimental de la vida, Hume la defendería y viviría en la comodidad también reclamada por la clase burguesa de aquel tiempo. Smith, aunque austero y con un estilo de vida caracterizado por la templanza y frugalidad, según describen sus biógrafos[24], no dudó en exponer el interés individual como fundamento de la cooperación entre humanos y la división del trabajo como tesis del enriquecimiento nacional, presuponiendo así el predominio de lo particular sobre lo general.

En resumen, podemos interpretar que la economía política que da fundamento al sistema emergente de relaciones sociales se construye desde una perspectiva epistémica universalista, la cual resignifica la empatía que da origen al sentimiento burgués como empatía que puede ser válida para el obrero de las fábricas de clavos que Smith describe en los primeros capítulos de La riqueza de las naciones, o para el siervo y el esclavo, que no aparecen en su obra.

En cambio, las ideas de Cugoano comprenden la relación entre colonizado y colonizador, alejándose del sesgo de clase social implícito en la obra de Smith. Develando la experiencia de la violencia, la exclusión y la opresión, Cugoano apela a una comprensión universal del sentimiento al pugnar por la igualdad y la emancipación de los esclavos. Nada más cerca al universalismo que Léopold Sédar Senghor expresó en uno de sus poemas: «Querido hermano blanco, / cuando yo nací, era negro, / cuando crecí, era negro, / cuando estoy al sol, soy negro, / cuando estoy enfermo, soy negro, / cuando muera, seré negro. / En tanto que tú, hombre blanco / cuando tú naciste, eras rosa, / cuando creciste, eras blanco, /cuando te pones al sol, eres rojo / cuando tienes frío, eres azul / cuando tienes miedo, te pones verde, cuando estás enfermo, eres amarillo, / cuando mueras, serás gris. /Así pues, de nosotros dos, / ¿quién es el hombre de color?».

Su obra no lleva a la «explicación» filosófica del sentimiento moral o bien a una economía política donde este se constituya en base del intercambio en el sentido perseguido por Smith, de conformidad con los preceptos del empirismo, la ciencia causalista que se consolidaba en su tiempo y de una burguesía predominantemente cristiana y católica. Los escritos de Cugoano representan un puente entre el anticolonialismo que surgía en la Inglaterra del siglo XVIII y las perspectivas emancipadoras y decoloniales contemporáneas. En contra del predominio de la política práctica, las ideas de Cugoano muestran su mayor preocupación por la dignidad humana. Le preocupa la pureza del alma humana y social, la soberanía de una igualdad que no debe depender de rasgos raciales y que está por encima de la rígida inteligencia de la conveniencia económica utilitarista. Y aun cuando busca y sustenta esta sabiduría de la dignidad humana en preceptos bíblicos, se distancia radicalmente del cristianismo católico que encontramos aliado con el interés de la burguesía, el rol del Estado monárquico absolutista, el comercio colonial, el negocio de la esclavitud y, como ha señalado Mignolo[25], con el control, organización y definición del poder sobre el conocimiento. 

Cugoano empleó para sí dos de las armas más valiosas del colonizador para actuar en contra de él y de sus instituciones: la lengua y el cristianismo. Usó la fundamentación bíblica en la lucha anticolonialista para rechazar la esclavitud y el fundamentalismo religioso, sin inclinarse ingenuamente hacia el rechazo, que encontramos en Hutcheson, del interés individual y el lucro, ni hacia la defensa que hace Smith de la libertad comercial y la riqueza material como ideal de felicidad y progreso.

La obra de Cugoano nos habla desde su experiencia vital; experiencia de resistencia ante el opresor, el esclavista, el sistema colonialista. Cugoano promueve la libertad plena del hombre, de un ser humano que no es objeto ni de esclavitud ni de comercio y, al hacerlo, se opone a la idea de libertad económica predicada por el liberalismo burgués de su tiempo ―idea de intercambio económico mediatizado por el dinero― como forma dominante de las relaciones entre humanos. Esboza así la línea de un «universalismo no etnocéntrico» distinto al promovido entre mercantilistas y fisiócratas, y sugiere la imagen de un tipo de relación entre humanos no mediatizada por el dinero o cualquier otra forma de mercancía, ampliando así el horizonte interpretativo de las relaciones comerciales al de la cooperación, el altruismo, la convivialidad y a un significado de lo humano que ahora no se hace depender del interés individual de tipo utilitarista.

De este universalismo del cuerpo y los sentimientos aprendemos algunas premisas básicas para el desarrollo de una filosofía de la cooperación no capitalista: a) que el valor de la dignidad humana como principio de la cooperación se superpone al de la producción meramente utilitaria; b) que los sistemas económicos determinan las formas de sentir, de poder y de ser, y c) que esta determinación previa explica el sentido de la libertad al que es posible aspirar entre humanos[26].

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[1] Robert Audi nos recuerda algunos de estos filósofos en su detallado diccionario The Cambridge Dictionary of Philosophy. John Balguy (1686-1748), por ejemplo, fue uno de esos críticos del religioso Hutcheson al afirmar que su teoría convierte la virtud en condición arbitraria al hacerla depender de la naturaleza humana que Dios donó al ser humano. También Heinrich von Kleist (1777–1811) fue otro de estos filósofos y críticos desencantados de aquella religiosidad y del racionalismo de Gottfried Leibniz (1646-1716) e Immanuel Kant (1724-1804); pero amparado en Rousseau  –según anota Audi a partir del texto de von Kleist titulado «Ensayo sobre el teatro de marionetas», de 1810– concluyó que: «el sentimiento se revelaba tan poco confiable como la razón tan pronto como el hombre abandonaba el estado de gracia original y se daba cuenta de que no era ni un títere ni un dios» (Cf. Robert Audi, The Cambridge…, 408, 471472. Gotthold Ephraim Lessing (1729–81) buscó derivar la verdad de esquemas distintos como, por ejemplo, el debate público. Su obra fue, según Audi, una muestra del sentimentalismo de la época y, en contra de la tragedia barroca, sustentó la «tragedia de la burguesía», Ibid.,  497.

[2] Cf. Robert Audi, The Cambridge…, 385, quien anota que «Shaftesbury, Hutcheson y Hume argumentaron que la virtud o el vicio de un rasgo de carácter se establece aprobando o desaprobando los sentimientos».

[3] Otras corrientes de pensamiento han tomado como base el concepto de sentimiento, así como aquellas nociones que dieron forma al empirismo inglés, como el descriptivismo, la sicología moral, el interaccionismo simbólico, entre otras. Ver Audi, The Cambridge..., 277, 587.

[4] Transcribo aquí un fragmento de la crítica de Henri Grégoire (1750-1831) expuesta en An Enquiry Concerning the Intellectual and Moral Faculties and Literature of Negroes: Followed with an Account of the Life and Works of Fifteen Negroes and Mulattoes Distinguished in Science, Literature and the Arts, tomada de Quobna Ottobah Cugoano, Thoughts and Sentiments of the Evil of the Slavery (New York: Penguin Books, 1999): «Su trabajo no es muy metódico, hay repeticiones, porque el dolor es verboso. Un individuo profundamente afectado

[5] Una de las más aclamadas alusiones a este tipo de «determinación material» la encontramos en El capital, de Karl Marx. La determinación material convierte el cuerpo humano en mercancía mediatizada por el dinero mientras este desempeña su función como medio de intercambio. En otras palabras, si las cosas del mundo constituyen objetos mercantiles, sin excepción, es porque ya el cuerpo humano ha sufrido previamente dicha determinación.

[6] Entre las corrientes de pensamiento que más influyeron en la construcción de este sistema encontramos el empirismo, el utilitarismo económico y el individualismo político. A la primera corriente de pensamiento debemos la idea expuesta por David Hume en su Tratado de la naturaleza humana, que expresa que la base del conocimiento es la experiencia y no las ideas innatas a la razón como argumentaba el racionalismo. De la segunda nos llega la idea de la felicidad basada en la productividad y en el control social necesario para mantener el estado de bienestar deseado, como podemos encontrar en las obras de John Stuart Mill y Jeremy Bentham. La tercera destaca la dignidad del individuo como fuente de todo proyecto de desarrollo político y social.

[7] Autores como Enrique Dussel destacan el carácter particularmente universalista de la Ilustración y ahondan en los términos con los cuales define el todo a partir de sí. Cf. Filosofía de la liberación (México: Fondo de Cultura Económica, 2011), Política de la liberación (Madrid: Trotta, 2022) y Ética de la liberación (Madrid: Trotta, 1998).

[8] Aunque el Reino Unido contaba con una constitución ya en 1215, es a partir del siglo XVIII cuando comienzan a establecerse las primeras constituciones liberales que dotan al Estado de autonomía política y de soberanía en el sentido moderno de la palabra, como la de Estados Unidos de América (1789), la de Noruega (1814) y la de Holanda (1815), ulteriormente, en el siglo XIX, encontramos los procesos de independencias y de creación de constituciones políticas en América Latina.

[9] Walter Mignolo, «La clausura de las ciencias sociales», en Decolonialidad, emancipación y utopías en América Latina y el Caribe, editado por Pedro José

Ortega et al. (Santo Domingo: Editora Global, IGlobal/CUNY Dominican Studies Institute/Clacso, 2022): 49-77.

[10]  Aníbal Quijano, De la dependencia histórico-estructural a la colonialidad y descolonialidad del poder (Buenos Aires: CLACSO, 2014) y  «Colonialidad del poder, cultura y conocimiento en América Latina», Dispositio (1999): 137-148 13  Introducción a Thoughts and …, xi-xii.

[11] Aun a pesar del tamaño que había adquirido el comercio de negros esclavos procedentes de África, era también una época de gran tensión jurisprudencial en cuanto al esclavismo y el comercio de esclavos. Es tiempo, para 1772, del famoso caso Somerset versus Stewart. James Somerset fue un esclavo africano bautizado en la fe cristiana. Había escapado de Charles Stewart, capturado, encarcelado y devuelto al trabajo forzoso de la plantación, y ahora se dirimía

[12]  Adam Smith, La riqueza de las naciones (Madrid: Alianza Editorial, 1996).

[13] Smith, La riqueza..., 21.

[14] El anti-Edipo: Capitalismo y esquizofrenia (Barcelona: Paidós, 1985).

[15] Esta es una de las citas más extensas traducidas por Edmundo O’Gorman: «Esas dos cualidades que a primera vista parecen tan semejantes, no siempre pertenecen a la misma persona. La humanidad es virtud propia de la mujer; la generosidad, del hombre. El bello sexo, que por lo común tiene mucha más ternura que el nuestro, rara vez tiene igual generosidad. La legislación civil sabe que las mujeres pocas veces hacen donaciones de alguna consideración», ver Smith, La riqueza..., 82. Esta es otra: «La ira contra un hombre es, sin duda, algo diferente de la ira contra una mujer, y a su vez diferente de la ira contra un niño»; Ibid., 99.

[16] Objeto o «mercancía», como bien bien lo calificaría Karl Marx en su obra El capital.

[17] Smith, La riqueza..., 292-299.

[18] Cugoano, Thoughts and Sentiments..., 64.

[19] Esa sospecha constante frente al poder establecido convierte a Cugoano en antecesor de esta actitud intelectual que descubrimos después en pensadores como Friedrich Nietzsche, Karl Marx y Sigmund Freud, según la frase lapidaria con la que Paul Ricoeur los nombró como fundadores de la modernidad. En cuanto a esta última afirmación, cf. Frances Torralba, Los maestros de la sospecha: Marx, Nietzche, Freud (Barcelona: Fragmenta Editorial, 2013).

[20] Cugoano, Thoughts and Sentiments..., 74.

[21] Publicadas en inglés bajo los títulos An Inquiry into the Original of our Ideas of Beauty and Virtue (1725) y Essay on the Nature and Conduct of the Passions and Affections, with Illustrations on the Moral Sense (1742). Sus ideas fueron compendiadas más tarde por el reverendo William Leechman en tres volúmenes conocidos como A System of Moral Philosophy (1755).

[22] Este aspecto ha sido ampliamente debatido en biografías y ensayos recientes. El texto de Dennis C. Rasmussen, El infiel y el profesor: David Hume y Adam Smith: la amistad que forjó el pensamiento moderno (Barcelona: Arpa,

[23] ) ofrece una descripción didáctica y fundamentada (https://es.scribd.com/ read/382095961/El-infiel-y-el-profesor-La-historia-de-la-amistad-entre-dos-gigantes-que-transformaron-el-pensamiento-moderno).

[24] Rasmussen, El infiel y el profesor...

[25] Mignolo, «La clausura de las ciencias sociales». Ver n. 12.

[26] Cf. Karl Marx, Grundrisse, tomo I (México: Fondo de Cultura Económica, 2007), https://es.scribd.com/document/168145867/Karl-Marx-Grundrisse-Tomo-I; y Elementos fundamentales para la crítica de la economía política: Grundrisse 1857-1858 (México: Siglo XXI, 2015), https://es.scribd.com/document/272124835/Marx-Grundrisse-Vol-2-pdf.