Estudios Sociales

Año 55, Vol. XLVI, número 168

Julio-diciembre 2023

COMENTARIOS Y RESEÑAS DE LIBROS

Milagros Ricourt, El imaginario racial dominicano.

Santo Domingo: Editorial Universitaria Bonó / Ediciones MSC, 2022, 285 pp. ISBN: 978-9945-9319-4-5.

Médar Serrata*

* Poeta y ensayista dominicano. Obtuvo su doctorado en Literatura Hispánica de la Universidad de Texas en Austin. Es profesor de literatura latinoamericana en la Universidad Estatal de Grand Valley, en Michigan. Su libro La poética del trujillismo: Épica y romance en el discurso de “La Era” (Editorial Universitaria

Bonó, 2024) recibió el Premio Anual de Ensayo Pedro Henríquez Ureña 2018. En el 2022, obtuvo la prestigiosa beca Fulbright para realizar un trabajo de investigación en el Archivo General de la Nación e impartir docencia en el Instituto Superior Bonó, en Santo Domingo. En el 2023, recibió una Mención Honorífica en los premios de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA), por la sección Haití-República Dominicana, con su artículo “The True and Only Bones of Columbus”: Relics, Archives, and Reversed Scenarios of Discovery,” publicado en la revista PMLA

Correo electrónico: serratam@gvsu.edu

ORCID:  0009-0008-0291-1648


El libro El imaginario racial dominicano, de la profesora Milagros Ricourt, aborda un tema que ha sido objeto de gran interés en la comunidad académica estadounidense, sobre todo tras el auge de los llamados estudios culturales. Lo primero que habría que resaltar al aproximarnos a la obra de Ricourt, es el sentido que se le da al término imaginario que aparece en el título. La primera acepción que ofrece el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (RAE) es quizás la más común: que solo existe en la imaginación. Pero ese significado solo se aplica cuando la palabra se usa como adjetivo (por ejemplo, en la frase «la trama se desarrolla en un mundo imaginario»). La segunda acepción dice que, en función de sustantivo, imaginario es el «repertorio de elementos simbólicos y conceptuales de un autor, una escuela o una tradición». Ese no es el sentido que se le da al término en el título de Ricourt. La frase «imaginario racial dominicano» sugiere que de lo que se trata aquí es de un «imaginario colectivo», que la RAE define como la «imagen que un grupo social, un país o una época tienen de sí mismos o de alguno de sus rasgos esenciales». Esta última acepción nos remite a la idea, generalmente aceptada en nuestros días, de que nada en la cultura existe fuera del campo de la interpretación. O, para decirlo de otro modo, de que los seres humanos no tenemos acceso directo a la realidad social sino solo a representaciones de la realidad. De modo que al hablar del «imaginario racial dominicano» estamos hablando de una noción de raza como construcción social, algo que puede variar de una cultura a otra, o incluso de un período a otro de la historia de una misma cultura.

La noción de la raza como construcción social no es algo nuevo. En su estudio sobre las relaciones raciales en el Caribe, Harry Hoetink observó diferencias notables entre los «códigos» que se usan para definir la identidad racial en el Caribe hispánico y en el Caribe francés, como resultado de divergencias históricas en sus sistemas de plantación[1]. Kimberly Eison Simmons llega a una conclusión similar al comparar la manera de entender la negritud en la República Dominicana, donde el factor determinante es el color de la piel, con la de los Estados Unidos, donde en la década de los 20 las categorías raciales fueron codificadas en términos jurídicos a partir del principio del «one drop rule», que establecía que toda persona que tuviera antepasados africanos debía ser catalogada como negra independientemente de sus rasgos fenotípicos[2]. De ahí el asombro que expresan no pocos norteamericanos interesados en la cultura dominicana cuando descubren que un gran número de personas que en Estados Unidos serían consideradas negras no se identifican a sí mismas como tales. De ahí también la extrañeza de algunos dominicanos cuando «descubren» su negritud al insertarse en la sociedad estadounidense. Creo que a esto se refiere Junot Díaz en un e-mail personal que le envió a Ricourt en el año 2010 y que aparece citado en las páginas finales del libro: «Los EE. UU. no solo me dejaron ver la negritud que mi mundo de R. D. nunca me permitió ver; también me permitió ver BLANCURA que era aún más invisible en R. D.» (239).

El libro de Ricourt cuestiona la caracterización del pueblo dominicano como un pueblo que niega su identidad racial y étnica —caracterización que ha pasado a formar parte del discurso dominante de la comunidad académica transnacional— y plantea que las narrativas producidas por esa comunidad «legitiman inadvertidamente las estructuras de poder existentes al representar, sin sentido crítico, la narrativa oficial del Estado dominicano como si fuera incontestable y sustentada por todos los dominicanos» (39). Ricourt critica lo que denomina la «alterización burlesca» que se desprende de estas aproximaciones que, a su entender, imita de manera burda la llevada a cabo por las potencias occidentales al racializar al sujeto colonizado (ya sea el asiático, el africano o el latinoamericano) en términos de un otro presuntamente inferior. Esas interpretaciones promueven la idea de la identidad dominicana como un caso anómalo, aislado del resto del Caribe, al tiempo que opaca «el papel de la Colonia española y de la República Dominicana en el desarrollo de identidades disidentes y luchas culturales en una región más amplia».

El libro consta de una introducción y seis capítulos en los que el tema es abordado desde una perspectiva interdisciplinaria que incluye el estudio de fuentes históricas y observaciones etnográficas, además de incursionar en la literatura, la religión y la música. La introducción plantea la presencia en República Dominicana de dos imaginarios sociales que se superponen de forma discontinua y, con frecuencia, contradictoria. Entre las imágenes prevalentes en el imaginario promovido por la clase dominante y los intelectuales oficialistas, Ricourt resalta la idea de la «democracia racial», cuyos orígenes se remontan al período de la colonia; la de una ficticia raza indohispana, que sería uno de los pilares de la política estatal del siglo XX, y la del antihaitianismo que, junto con los valores de la hispanidad, sirvió de fundamento teórico a las políticas racistas de la dictadura de Trujillo. Estas representaciones de la identidad dominicana coexistieron con un relato alternativo, centrado en la diversidad racial, y con una serie de manifestaciones que ofrecen resistencia al relato oficial, tales como las manifestaciones sincréticas del vodú dominicano, los cantos de salves y las fiestas de palos.

En el capítulo 1, «Frontera de encuentros», Ricourt toma como punto de partida las observaciones etnográficas registradas en un viaje de la capital a la población fronteriza de Pedernales para reconstruir la historia de la frontera domínico-haitiana, desde la colonia hasta nuestros días. El capítulo enfatiza los cruces culturales y lingüísticos que se producen en las interacciones cotidianas entre dominicanos y haitianos a ambos lados de la frontera, pese a las prácticas discriminatorias implementadas por el Estado dominicano contra la minoría haitiana. El capítulo 2, «La criollización de la raza», extiende la reconstrucción histórica a la implantación del sistema esclavista en La Española y el influjo de la presencia negra en el surgimiento de una sociedad genética y culturalmente híbrida. El capítulo llama la atención sobre la escasez de documentación de archivo, que ha llevado a los historiadores a reducir los aportes de la comunidad africana a la conformación de la identidad racial dominicana. Basándose en datos demográficos del período colonial, Ricourt muestra que la presencia africana fue mayor y tuvo un impacto más fuerte de lo que sugiere la historiografía oficial. En el capítulo 3, «Cimarrones: La semilla de la subversión», el análisis se enfoca en lo que Ricourt llama los «imaginarios subversivos» que se produjeron a partir de las rebeliones de africanos esclavizados y la creación de comunidades de negros libres en la colonia española de la isla, en un intento de rescatar una historia que ha sido silenciada. Entre los argumentos más interesantes del capítulo está la idea de que la relación de la población de indígenas y negros cimarrones con la tierra fue uno de los aspectos fundamentales en la conformación de una cultura de resistencia al poder colonial. El capítulo 4, «El Makandal del siglo XX», se enfoca en la figura de Oliborio Mateo (conocido como Papá Liborio), líder de un movimiento campesino que se rebeló contra la ocupación norteamericana de 1916-1924, a quien Ricourt compara con Makandal, el legendario líder de una campaña de envenenamientos de 1758 que sembró terror entre los colonos de Saint Domingue. Ricourt rechaza las interpretaciones de la mayoría de los científicos sociales que han estudiado la figura de Oliborio, por considerarlas demasiado apegadas a visiones totalizadoras de la realidad y propone que el liborismo constituye la continuación de la cultura del cimarronaje en la sociedad dominicana. El capítulo 5, «Criollismo religioso», adopta un enfoque etnográfico para describir las prácticas del vodú dominicano en el contexto de lo que denomina «criollismo religioso», que al decir de Ricourt sirvió como herramienta de preservación de la herencia cultural de los sujetos esclavizados. Una de las dificultades que enfrentan los estudiosos de estas prácticas es su heterogeneidad, que algunos consideran incoherencia o incongruencia. Ricourt, por el contrario, considera que en esa heterogeneidad, producto de la confluencia de religiones y de grupos étnicos distintos, radica precisamente la «contemporaneidad cultural» del vodú dominicano, su capacidad de actualizar el pasado para adaptarlo a las necesidades del presente. En el capítulo 6, «Raza, cultura, nación», Ricourt se propone mostrar cómo las cuestiones raciales y culturales dan forma a la identidad cultural del presente e influyen en la vida económica y política de la nación. El capítulo, que incluye conversaciones de la autora con habitantes de una zona rural y de barrios marginales de la capital, examina cuestiones como el ocultamiento de las creencias religiosas para protegerse de la represión del Estado o el uso de categorías raciales como «blanco» o «indio» como estrategias de posicionamiento orientadas a conseguir movilidad social. Asimismo, analiza el impacto que tuvieron en las clases populares dirigentes políticos negros como Maximiliano Gómez y José Francisco Peña Gómez; la recuperación de los componentes africanos de la cultura nacional llevada a cabo desde mediados de la década de los sesenta por intelectuales, artistas y académicos dominicanos, y las experiencias de la diáspora dominicana en los Estados Unidos como elementos perturbadores del discurso de la hispanidad en la República Dominicana. El imaginario racial dominicano es un libro importante que esclarece uno de los aspectos más complejos y mal comprendidos de la cultura dominicana. Al poner esta obra al alcance de los lectores dentro y fuera del país, el Instituto Pedro Francisco Bonó hace no solo una contribución oportuna y necesaria a los estudios caribeños sino a aquellos sectores de la sociedad dominicana que luchan contra el racismo y la xenofobia.

Médar Serrata, PhD

Fulbright Scholar

Grand Valley State University



[1] Harry Hoetink, «Race and Color in the Caribbean», en Caribbean Contours, editado por Sidney W. Mintz y Sally Price (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1985): 55-84.

[2] Kimberly Eison Simmons, Reconstructing Racial Identity and the African Past in the Dominican Republic (Gainesville: University Press of Florida, 2009).